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lunes, 19 de julio de 2021

El hábito de los monjes

N.U.L. (32)

Mi hermano inglés, John Midmay, me invitó hace ahora tres años a pasar unos días en Londres. Él había estado un año antes en mi casa de la playa, en Mojácar. Para no perder la amistad, por el paso del tiempo, firmamos un pacto de sangre por el cual nos comprometimos a visitarnos de forma alternativa una vez al año.

Una de las sorpresas que me tenía preparada John era la asistencia a una ópera, concretamente al festival de Glyndbourne. Salimos de la estación Victoria con destino a Lewes. Ya en el tren, era más que curioso ver a nobles y alta sociedad vestidos con frac, ellos; y de largo, ellas, portando cestas para picnic y sillas plegables. Aunque al lector le pueda sonar chocante que gente con personal de servicio sean ellos los que porten con el peso. Es una tradición que se remonta a los años treinta del siglo pasado y en la cual se estableció de forma no escrita el veto a dicho personal. Con los años, una actividad que en un principio estaba vetada al pueblo, se democratizó, siempre y cuando el interesado pudiera pagarse su billete. Cuando John compró los billetes no había pensado en mí, era una sorpresa para su, hasta hace poco, última pareja, David, un tipo negro muy divertido procedente de Isla Martinica, y a quien su familia había repudiado por su inclinación homosexual. Como John no estaba por la labor de renunciar a tal espectáculo me insistió varias veces en que tenía que estar en Londres antes del dieciocho de julio, último día que se representaba Madama Butterfly. ¡Yo, ¿cómo poder negarme a ver a Cio-Cio-San esperando el regreso del barco de Pinkerton?; y a esa espectacular aria, 'un bel dí, vedremo'! Tengo que decir que, llegada esa parte de la ópera, siempre empiezo a llorar hasta que termina la obra.

Cuando restaban quince minutos para el final, miré a John, quién desbordaba en su rostro una emoción inusitada, y le pregunté:

¿Te emociona la obra, como a mí?

No, lo que me emociona es verme rodeado de tanta gente guapa. Nunca había estado con tanto noble y gente de la alta sociedad. Es un sueño.

Pues disfruta de tu sueño; se termina en quince minutos.

¿Tienes que ser tan duro y desagradable?

No, John, no. Es la vida..., es la vida. Para los pobres la vida es así, dura y desagradable. No somos como ellos, aunque vistamos de forma muy parecida, ni siquiera nuestras ropas son las mismas. 

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.


domingo, 18 de julio de 2021

En medio de la madrugada


N.U.L. (31)

Cuando Margarita Batancourt propuso matrimonio a Sebastián Daroca, este solo dijo dos cosas: la primera, preguntó si no era demasiado pronto para ello - a lo que su novia respondió que llevaban catorce años de noviazgo-; y la segunda, que solo accedía si la santa renunciaba a la idea de la maternidad. A regañadientes tuvo que aceptar Margarita, aunque siempre albergó la posibilidad de hacerle cambiar de opinión. Sebastián era un hombre de principios y su palabra valía más que la ley. No le gustaban los niños, ni sus sobrinos siquiera, motivo por el que veía poco o nada a la familia propia y a la política. Tampoco le apetecía compartir sus cosas, despacho, tiempo, casa, sueldo ni nada con unos hijos que lo único que dan son disgustos o quebraderos de cabeza. Era un hombre amante del silencio, de la limpieza y del orden. Tenía el coche más limpio y mejor cuidado que el día que lo sacó del concesionario. Muchas veces mandaba a su mujer ir andando a cualquier sitio por lejos que estuviera para que no manchara el impoluto interior del auto. Su despacho le estaba vetado a su esposa, pues no quería que está moviera de posición cualquier papel estuviera donde estuviera; él se encargaba de limpiar su despacho y como no se fiaba mucho, llegó a poner cerradura por si acaso. En su trabajo fue ascendido en múltiples ocasiones más que por su valía o talento, por el orden, la escrupulosidad y la limpieza de su trabajo.


      Una noche, ya de madrugada, a eso de las tres o cuatro le despertaron a él y a su santa esposa, que dormía en otro dormitorio, una serie de desesperados timbrazos que no cesaban. Se trataba de su vecino, con el que, a penas, había cruzado conversación en cuatro o cinco veces, no así, Margarita, que hablaba con todas sus vecinas y que había entablado una cordial y buena relación con la mujer del hombre del timbre. El joven vecino, hecho un matojo de nervios, dijo de forma atropellada que su también joven esposa estaba de parto, que tenía unas muy fuertes contracciones y que ya se encontraba fuera de cuentas.


       Margarita, siempre mujer fiel y sumisa, esta vez, tomó el timón de la situación y le ordenó al señor Sebastián que cogiera las llaves del coche y se llevará a la pareja al hospital. Sebastián que nunca había visto a su mujer con semejante semblante y autoridad, reculó y cumplió a pies juntillas el mandato de la santa.


      El camino a esas horas de la madrugada, aunque ausente de tráfico, se hizo interminable, sobre todo con el silencio y la tensión del momento, solo roto por los dolores y jadeos de la parturienta. El joven para romper un poco el hielo terminó por hablar:


       —No sé cómo agradecerte esto.


     —De dos maneras: no volviendo a tutearme; y la segunda, pidiendo a su mujer que aguante un poco y no rompa aguas hasta una vez llegados al hospital. 

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

sábado, 17 de julio de 2021

La justicia mal entendida


                 N.U.L. (29)

                Nunca llueve a gusto de todos, dice el refrán. Las riadas que inundaron una gran parte de Alemania, Países Bajos y Bélgica en julio de 2021 llenaron gran parte del tiempo dedicado a las noticias de televisión.

            Angela Schmidt būrgermeisterin (alcaldesa) de la localidad de Kallstadt an der Weinstra del distrito de Bitburg-Prüm perteneciente al Estado de Baja Sajonia fue requerida por los diferentes medios de prensa nacionales e internacionales para hacer un balance de los daños personales y materiales provocados por las fuertes lluvias. Angela dijo estar preocupada por las personas desaparecidas, por los pequeños y medianos negocios (que algunos no podrían volver a levantar la persiana), por las obras de reconstrucción, por la cuantía de los daños en euros, por los trámites que necesitarán llevar a cabo para cobrar las indemnizaciones, subsidios o seguros. Una periodista interrumpió su speech para preguntarle por la visita de la Canciller, prevista para las próximas horas. Ella, que era desconocedora de la noticia, no quiso dar a entender que no sabía nada al respecto y dijo que sí, que acababa de hablar con ella por teléfono (cosa absolutamente falsa), que estaba preocupada por los acontecimientos y que le había comunicado que le brindaba todo su apoyo.

      Otra periodista le preguntó por la presidenta de la comisión europea; y ella, adelantándose a que está pudiera terminar la pregunta, respondió (nuevamente mintiendo) que tenía una estrechísima relación con ella desde hacía mucho tiempo y que también se encontraba en camino, pero que antes el ejército y demás servicios de auxilio y ayuda deben devolver el orden a las diferentes vías de comunicación, ahora anegadas o embarradas, para que pudieran hacer transitable el viaje de ambas magnatarias. Un reportero extranjero hizo un inciso aprovechando que la alcaldesa tenía que respirar para poder continuar con su discurso ‘grabado a fuego;’ y le apuntó si no habían sopesado la posibilidad de que el transporte de estas fuera por helicóptero. No sabiendo que contestar la señora būrgermeisterin volvió a repetir su mensaje -como tantos otros, aprendidos de memoria- cual si de la grabación de un contestador automático se tratara:

     Angela, de nuevo, volvió a decir estar preocupada por las personas desaparecidas, por los pequeños y medianos negocios (que algunos no podrían volver a levantar la persiana), por las obras de reconstrucción, por la cuantía de los daños en euros, por los trámites que necesitarán llevar a cabo para cobrar las indemnizaciones, subsidios o seguros.

               Otra reportera extranjera, viendo el bucle en el que había entrado de nuevo la primera edil, quiso terminar con este preguntándole si alguna vez había vivido semejante desastre. Angela respondió que no, que «normalmente esto siempre sucede en países pobres, pero que no es justo que suceda en un país rico como Alemania».

                  CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

 

viernes, 16 de julio de 2021

El más mínimo detalle

N.U.L. (28)

     Cuando Pocholo Fernández de Guevara y Tita de Sanz Nicolás decidieron formalizar su relación tras más de un año de noviazgo semi escondido. Noviazgo del que solo eran conocedores los amigos más allegados de la pareja y algún que otro empleado avispado de la empresa vitivinícola Fernández & Domecq. Tita comenzó a trabajar en la empresa un mes antes de que su jefe, el joven Pocholo, cayendo rendido a los encantos de esta, le invitará a tomar algo. A esta invitación le sucedieron otras tantas hasta que un buen día le invitó a cenar. Ella, que en un principio puso cierto reparo, terminó aceptando, y aceptó porque a ella, su joven jefe le gustaba tanto como ella a él.


     Don Pablo Fernández dispuso que su hijo primogénito, Pocholo, aprendiese el oficio del padre desde una de las marcas menos arriesgadas para el holding de la alimentación. La empresa en la que el vástago se hace a sí mismo como empresario se dedica a los zumos, mostos, gazpachos, salmorejos y demás caldos veraniegos. La marca fue una propuesta del propio Pocholo hacia su padre, quién con buenos ojos vio y aceptó la idea. Pensó que era la mejor prueba para un hijo que el día de mañana será el heredero principal del emporio.


     Todos los movimientos que el joven Pocho ha dado en su vida, siempre estuvieron previamente orquestados por el pantocrator don Pablo. Todos, excepto los de su clandestina relación con una simple auxiliar administrativo, la misma Tita.


     Cuando la parejita quiso dar a conocer dicha relación a sus respectivas familias, Tita fue la primera y la más ilusionada. Su familia expectante, al principio, y orgullosa, más tarde, por el meteórico ascenso social que dicha relación podría suponer para todos y cada uno de los miembros de la familia, decidieron tirar la casa por la ventana. Cualquier cosa era poca para su niña. Esta, que con el tiempo llegaría a ser toda una señora y no tendría que limpiar en su vida como su madre, fue sorprendida por sus propios padres que, dilapidando en medio mes los pocos o muchos ahorros de toda su vida, compraron, aunque a plazos un coche nuevo, y para dar buena impresión creyeron que con un Audi bastaría; cambiaron de residencia, malvendiendo su antiguo piso de toda la vida para comprar un adosado con el que dar la mejor de las caras a sus futuros consuegros; renovaron por completo su vestuario dejándose asesorar por un personal shopper que les costó un ojo de la cara, ya que su tarjeta de presentación venía abanderada por ciertos nombres famosos como David Beckham o Penélope Cruz...


     El joven jefe por su parte, no encontrando modo de sincerarse con sus progenitores para contarles la buena nueva, demoró hasta tres semanas lo que a Tita le llevó tres segundos.


     La tarde noche que fijaron los novios para que ambas familias se conocieran, fueron los Sanz Nicolás los que en un alarde de derroche y saber estar tiraron la casa por la ventana contratando con toda pompa un catering con servicio de dos camareros que estarían toda la velada paseando bandejas con copas de vino y refrescos y otras con diferentes tipos de canapés que Catering Torres les propuso. A don Javier Sanz que no quiso pecar de roñoso sacó unas bolsas de cacahuetes, pistachos y un tarro de aceitunas: «mejor que sobre, que no que falte». —dijo el padre de la novia para sus adentros, además que lo había comprado en el Corte inglés.


     La velada fue maravillosa. A ello también acompaño la contratación por parte de los Sanz de un cuarteto de cuerda que hizo las delicias de la madre de Pocholo. La despedida estuvo llena de buenas palabras y halagos por parte de ambas familias.


     Cuando Pocholo y familia terminaron de montar en el coche, la madre del joven delfín sentenció: ¡Qué poca clase!

     Una familia que pone aceitunas con pipos no nos interesa, cariño.


     A lo que el marido añadió —¿Has oído a tu madre?, Pues no hay más que hablar. 


     CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

jueves, 15 de julio de 2021

Todos los hombres son iguales











N.U.L. (27)

    Elvira Fernández siempre fue una niña muy avanzada para su edad: la primera de su clase en aprender a leer; la primera, en tener la menstruación; y la primera, en tener novio. Edu fue su primer novio o su primer 'amigo' o su primer ligue o lo que fuera, a esa edad en la que por inercia de las hormonas o de la sociedad, que medio empuja a que sigamos los pasos que nuestros antecesores ya dieron. A Edu le siguió Javi; a Javi, Fer; a este, Javi dos; y así, un largo etcétera de hombrecitos que le duraron 'lo que dura dos cubitos de hielo en un whisky on the rock'.

    Con Marcelo, su actual novio, ha sido diferente. Tras seis meses de relación, ella ha creído ver en él al hombre de su vida. Un hombre y no un hombrecillo, un hombre que sabe escucharla, un hombre que está atento, siempre, a ella, que es muy maduro, que trabaja y tiene dinero para invitarle a cenar, al cine, a la disco...

    Ella quiere dar un paso más en su relación y ha decidido presentárselo a sus padres. Estos han accedido y le han invitado a comer. ¿Por qué a comer y no a merendar? Podría entenderse que la comida es más formal y la merienda, informal, pero, no, la verdad es que una comida es una ‘encerrona’; debido a su duración, los progenitores de Elvira podrán disparar a diestro y siniestro mil y una preguntas.

    Llegado el día de autos y con la complacencia del joven novio; y sentados a la mesa, don José Fernández pregunta al joven:

    —Marcelo, Marcelo..., ya decía yo que me sonaba tu nombre. ¿No eres tú el hijo de Marcelo el de la tienda de reparación de televisores?

    —Sí, señor.

    —Marcelo ayuda a su padre, trabaja con él y tiene su propio sueldo —dice la orgullosa novia.

    —Eso está muy bien —responde el inquisidor padre de la novia.

    —Estoy ahorrando para comprar un coche.

    — Entonces, ¿ya tienes carnet?

    —Estoy ahorrando también para él.

    —Me imagino que primero te tendrás que sacar el carnet.

    —Sí, señor, pero eso es fácil. Hay que ser muy tonto para no sacárselo. Todo el mundo tiene carnet.

    —Yo aprobé a la séptima. ¿No querrás decir con ello que yo soy tonto?

    En ese momento, Marcelo quería que la Tierra se lo tragara, pero solo estábamos ante el aperitivo.

    —Creo haberte visto por el barrio o con tu padre —dijo don José.

  —Sí, yo también creo que le he visto anteriormente —dijo Marcelo queriendo mostrar complicidad con su futuro suegro.

    —Si mal no recuerdo, creo que te vi con una chica... (espero no meter la pata). ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? Me imagino que era tu novia anterior.

    — Papá, no me gusta esto; parece un interrogatorio.

    —Deja al muchacho, Pepe; es verdad, parece un interrogatorio. —alegó también la sufridora esposa.

    —Tenéis razón —sopesó don José en ese momento.

    — Me imagino que era mi hermana, señor.

    Esta respuesta no le gustó al ‘suegro’. Hubiera preferido sinceridad o un simple silencio. Entonces, se encendió —No sé yo; a mí me parecía otra cosa.

    —¡Pepe! —vuelve de nuevo a recriminarle su esposa.

    —No pasa nada, señora.

    —Sí pasa, que te vi con otra tercera chica. —dijo José, casi colérico— Eso es lo que pasa... que no me gusta que nadie se ría de mi hija. ¿Lo vas a negar?

    —No, no lo voy a negar —dijo Marcelo harto del interrogatorio— y creo que lo mejor es que me vaya.

    Sin decir nada más, salió de la casa, sin mirar atrás y sin decir nada a Elvira, quién no sabía si odiar más a su padre o a su novio. Como buena dama medieval se retiró a sus aposentos a llorar la pena en soledad. Soledad que más tarde fue rota por su madre.

    A la hora de la cena, Elvira, sin apetito y sin ganas compartir su presencia con la familia, se dejó arrastrar al comedor para acompañar, por mandato paterno, como siempre a todos en una comida que sobraba al día. Los días posteriores, a Elvira, también le sobraron; y le sobraron las comidas; se le cerró el estómago porque no le entraba nada de comida. Tan solo emitió una pregunta a su padre, algo que llevaba mascullando toda la tarde:

    —¿Cómo lo sabías?

    —No lo sabía.

    —¿Lo adivinaste?

    —No, simplemente que todos los hombres son iguales.



    CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

miércoles, 14 de julio de 2021

Me halaga, presidente

           N.U.L. (26) 

         Anthony Mcdermott fue nombrado secretario de Salud por Ulysses S. Grant, décimo octavo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, gracias a Henry Wilson.

De Ulysses S. Grant podríamos decir muchas cosas: que estuvo en España, que fue mano derecha del mismo Lincoln, que derrotó al General Lee, que potenció la expansión del ferrocarril hacia el oeste; y es concretamente ahí donde empiezan sus males. El oeste y el ferrocarril supusieron lo peor de su carrera. El ferrocarril destapó la gran corrupción que sacudió a su gabinete y en la que se vio inmersa su familia. La expansión del ferrocarril se desarrollaba hacia el oeste y fue en el oeste donde Henry Wilson conoció a un doctor que le salvó la vida, se trataba de Anthony Mcdermott, un reputado y reclamado doctor por buscadores de oro, entre el grueso de su clientela.

De Wilson, vicepresidente nombrado por S. Grant, solo vamos a decir que arribó al oeste con el mandato presidencial de establecer puntos de mando en los nuevos territorios conquistados, que conoció a su ‘Ángel Salvador’, Anthony Mcdermott, quién gracias a su pericia, experimentación y cientos de medicamentos que el mismo llegó a patentar le devolvió la vida de la noche a la mañana. Mucho se rumoreó de que pudo haber sido envenenado por el defenestrado antecesor suyo, Schuyler Colfax.

Cuando Wilson llegó a Washington e informó al presidente de lo acontecido, este hizo mandar que trajeran a la Casa Blanca al reputadísimo doctor con la inexcusable orden de que se presentará ante él a la mayor brevedad posible. Unos oficiales de la confianza de Ulysses S. Grant, con los que despachó en cientos de ocasiones durante la guerra, fueron los encargados de la presidencial orden.

El uno de octubre de mil ochocientos setenta y cuatro hacía su entrada el señor Mcdermott en los jardines de la Casa Blanca en carruaje oficial. A los pies de las escalinatas le esperaban presidente y vicepresidente, quien le abrazó como si de un hermano se tratara. Ya en el despacho oval y sin la mirada del personal doméstico ni administrativo, Ulysses se sinceró con él:

-El motivo de su presencia aquí, no es otro que agradecerle lo que hizo por mi fiel amigo Henry; si no fuera por usted ninguno de los tres estaríamos ahora aquí reunidos. He indagado sobre su figura y persona; y créame, si su docta preparación no se hubiera materializado, nada ni nadie más que usted podía haber salvado al bueno de Wilson.

-Me alaga, presidente, pero yo solo hice lo único que sé hacer.

-Por eso está aquí. No puede rehusar la propuesta que le voy a hacer: quiero que sea el próximo secretario de Salud de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Qué me dice?

-Que es todo un orgullo y que espero no defraudarle.

Ocho meses más tarde, la defraudación se materializó; resultó que Mr. Mcdermott nunca había sido médico. Se trataba de un farsante ambulante que se ganaba la vida en el oeste vendiendo falsas pócimas que lo mismo valían para curar la tos, que para hacer crecer el pelo o que para curar la dermatitis.

     También ejerció de sacerdote católico, de abogado y de notario. Viviendo siempre una vida falsa. 


     CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

martes, 13 de julio de 2021

Ministro sin cartera

N.U.L. (25)

    Zeferí Borrell, cuando fue nombrado ministro por el presidente del gobierno, no podía llegar a imaginar que muy pronto sería el ministro estrella de los diferentes medios de prensa, foco de todas las portadas.

     Zeferí Borrell no siempre fue Zeferí Borrell, de niño, para sus compañeros y su familia siempre fue Zefe. Zefe destacaba allá donde estuviera por su mente brillante y una resolución de los problemas muy rápida. Algún que otro profesor ya vaticinó que el niño llegaría lejos. Y muy lejos llegó, sus estudios de Ciencias económicas lo condujeron siendo universitario a Finlandia como Erasmus.

     Su abuela, mujer iletrada y desconocedores del mundo, preguntó, al enterarse de la noticia, que dónde estaba ese país. A lo que su marido respondió:
     —¡Hija!, como su nombre indica, en el fin del mundo.

     La madre se encargó de hacer la maleta de 'su Zefe' para que no olvidase nada la criaturita.; y la abuela ya se encargó de meterle, muy bien protegidas entre la ropa, diferentes sartas de espetec y butifarras. De lo que nadie se percató fue de meterle prendas de abrigo, con lo cual, cuando puso pie en tierra finesa y pasmado de frío, no tuvo otra que comprarse un buen abrigo que acabó con el dinero de mano que Zeferí padre le entregó en mano para que administrará debidamente, como solo un especialista en Económicas sabe.

     Hoy, veintitantos años después de la aventura finlandesa, Zefe comienza una nueva peripecia gracias a la confianza del presidente hacia su persona.

     La política, que se caracteriza más por las formas que por el fondo, ha puesto de moda un paseíllo que todo ministro ha de hacer al entrar en la Moncloa en su primer 'día de colegio', con cartera incluida. Tras la puesta en escena de la ministra de Igualdad y el ministro de Transporte, le llega el momento a don Zeferí Borrell. En casa, toda la familia está espectante delante de la televisión ante del estreno de uno de su clan en la más alta cima de poder de España.

     Un periodista pide a don Zeferí que se gire un poco a derecha para poder tomar una buena foto de frente del protagonista; otro, le pide que se gire a izquierda; otro, que se centre un poco tomando como referencia la escalinata; otro, que como referencia, la puerta; y un último, le hace una pregunta:
     ¿Lo puede hacer posando con la cartera?

     Zeferí trata de hacer memoria recordando dónde puede estar la cartera.

     Se quedó en el asiento del tren responde con la más franca humildad el ministro.
     ¡Pues, empezamos bien! sentenció Zeferí padre. 

   CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

lunes, 12 de julio de 2021

Deseos cumplidos

N.U.L. (24)

Cesárea Jaén, viuda y con cinco criaturas, mendigaba cualquier mendrugo de pan, cualquier peladura de patata o hueso recocido para poder volver a hacer un falso cocido de nada; y así, tener algo que sus hijos se llevasen a la boca.

A su hija mayor la metió en una casa a servir cuando la criatura contaba con once años de edad. Solo el sustento y un techo caliente donde vivir, siempre sería más que sobrevivir de las dádivas ninguneadas y limosnas. Algunos familiares, y a escondidas le podían dar, dentro de su también carestía, que si un cuartillo de leche que luego mezclando con agua haría multiplicar por cuatro, cinco o seis su volumen; que si un trozo de mojama de caballo, siempre compitiendo en dureza con el tronco mismo de los árboles; que si algo de ropa de los hijos de sus benefactores que ya no contaban con hermanos menores quiénes pudieran heredarlo; y así un largo etcétera de siempre pequeñas cantidades que la buena de Cesárea agradecía, aunque en su fuero interno supiera que las ayudas que recibía pudieran ser mayores, pero, ¡claro, nunca hay que poner mala cara al que te da algo, aunque sea algo que le sobre o ya no quiera. En tiempo de posguerra a nadie le sobraba anda. También hubiera sido injusta juzgándolos por regatear un dedo o dos de cantidades o volúmenes en las comidas; y más si tuviera en mente que algunos viejos vecinos o amigos no querían verse relacionados con la ‘Cesi’, la mujer del Pedro ‘el rojo’, al que fusilaron en el paredón del cementerio. El temor es libre y después de una guerra, la libertad del temor es muy grande. Tal vez, sea la única libertad que se acrecienta entre miles de muertos.

La ‘Cesi’ también pudo colocar a dos sus hijos varones como pastorcillos; y al igual que su hermana mayor, solo a cambio de un techo y algo que llevarse a la boca. Lo de techo es un decir, pues tenían que hacer noche al raso durante medio año. El otro medio año, lo hacían junto a los animalitos en el establo para que nunca desapareciese ningún corderito por arte de magia.

A la bebé, la perdió una noche en la que, supuestamente, le llegó la muerte súbita y en la cual, la madre no pudo hacer nada porque se la encontró a la mañana siguiente muerta a su lado con esa cara que ponen los bebés que, aunque estén muertos no lo parecen del todo. La madre no quiso aceptar ese destino, negándose una y otra vez a aceptar la realidad. Una realidad a la que tuvo que hacer frente la única hija que le quedaba viviendo con ella, para ir corriendo, con solo cuatro añitos, al convento de las monjas y explicar lo que había sucedido en su casa.

A la niña la enterraron en el cementerio intramuros del convento; y a Cesi la convencieron para que su hija la pequeña se quedase con ellas, ya que harían de ella una mujer de provecho (a su entender, una monja es la mujer más de provecho a la que pudiera optar Cesárea para una de sus hijas). Cesi, aunque nunca dijo ni sí ni no, se vio de vuelta a casa sin la compañía de hija o hijo alguno. Sabía que cuando llegara casa, el silencio la mataría más que el hambre y la pena.

Al pasar por el lado de unos paisanos, oyó decir a uno:

—¿No es esta la mujer del puto rojo al que pegaron un tiro? A ti también, te tenían que haber pegado otro, sucia ramera.

A lo que ella respondió:

Si tienes huevos, pégamelo tú; y así, a los dos se nos cumplirán nuestros deseos.


CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

domingo, 11 de julio de 2021

Rezar a San Pancracio

N.U.L. (23)

Milagrosa Benítez quedó viuda a temprana edad y quedó desamparada con tres hijos en a vida. Ángel Diosdado, divorciado y con un hijo al que no trataba, conoció a Milagrosa en un baile. Y más que un flechazo, entre ellos surgió un hachazo o un lancerazo o un bolsazo. Digo bolsazo, porque en el baile en el que se conocieron, ella en el primer baile que concedió al galán, le arreó un bolsazo cuando trató de propasarse al ir bajando la mano por su espalda lentamente para tocar aquella parte corporal que en una ternera equivaldría al redondo, contra, tapa o tapilla.

No volvieron a verse hasta pasados unos meses. Él, tras informarse de donde vivía Milagrosa, se presentó en la casa de esta para presentarle sus disculpas con un ramo de flores. Ramo que ella siempre desconoció su procedencia, ya que el galán lo recogió de la basura de un tanatorio, le quitó la banda de texto y algunas flores mustias y ¡hala!, reciclado.

Varios meses más tarde y tras formalizar su relación, decidieron unirse, no en santo matrimonio, pero sí en improvisado matrimonio, al principio más carnal, pero finalmente más humanitario. Humanitario en el sentido de que ambos se hacían bien mutuo: ella le dio una familia; y él, aportó una estabilidad económica a la economía familiar que tanto necesitaba ella y sus hijos.

Milagrosa dejó de trabajar para ocuparse de su nuevo hombre. Ella ignoraba la profesión del buen hombre. Tarde o temprano todo se sabe y ella conoció que este regentaba un puticlub que lindaba con los terrenos del tanatorio donde consiguió el famosos ramo de flores pacificador.

Todas las madrugadas a eso de las cuatro o seis, él llegaba a casa con la recaudación del garito nocturno que regentaba. Sin contar la recaudación y con el cuerpo molido por la falta de sueño, según entraba en casa dejaba los billetes dentro de una figura de porcelana de un ‘sanpancracio’ que la santa Milagrosa tenía en el mueble de la entrada. Esta una mañana se percató que la figura se ladeaba extrañamente. Cuando la levantó, ¡bingo!, descubrió la pasta que laboraba el señor con nocturnidad. Ella sin comentar nada a Ángel fue sisando todos los días algo del suculento botín que arribaba a su casa con oscura y nocturna periodicidad. Esto se produjo durante años y años y años hasta que una madrugada que Ángel se levanto a hacer micción, pilló a Milagrosa con el santo en la mano, cual estatua de la Libertad.

—¿Qué haces, Milagrosa?

—Eso mismo, Ángel, ¡un milagro!, ¡un milagro! San Pancracio ha oído mis plegarias y mira lo que me ha dado.

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

La puerta hacia Dios

N.U.L. (22)

Don Manuel Galván hacía muchos (muchísimos) años que había dejado atrás su formación eclesiástica. Ya casi había olvidado aquellas primeras etapas del propedéutico y la etapa discipular. En su formación no le habían preparado para la enseñanza del evangelio a un grupo de chavales rebeldes y hormonados.

Cuando, a primeros de los años ochenta, le propusieron impartir la asignatura de Religión a un grupo de alumnos que cursaban formación profesional en la desaparecida escuela de aprendices de la Fábrica de armas de Toledo, no era consciente de la paciencia que debería acarrear y de la prueba a la que el Altísimo le ponía.

Si muchas veces los chavales no ven ningún interés en el estudio, imagínese el lector, ¿cuál puede ser  la predisposición de un grupo de jóvenes un viernes a última hora de las clases?, ninguna.

Entró Don Manuel, como siempre acostumbraba en clase, despojándose a medio camino ya de abrigo, bufanda y demás prendas de abrigo y dando la consiguiente orden para que sus discípulos, que le aguardaban de pie durante su entrada mostrando el respeto debido, se sentaran.

A los cinco minutos de iniciada la clase, el representante de Dios oye unos golpes de origen desconocido y a los que atribuye una procedencia que debía ser la puerta, a su juzgar. Tras dar permiso para que la abrieran por tres veces y no tener respuesta alguna, se levantó de mala gana para abrir el mismo. No había nadie. Pasado otros cinco minutos, se vuelve a producir la misma llamada y él sin contestar acude raudo a la puerta para comprobar que tampoco hay nadie. Surgen las primeras risitas, cuando a él lo que le surgía era la duda de cierta paranoia. Paranoia que le lleva a preguntar a sus pupilos si ellos también lo habían oído.

Pasados otros cinco minutos y ya con el oído agudizado determina que la procedencia de los golpes es de un armario corrido de catorce metros que ocupa todo el lateral izquierdo del aula. Abre la puerta para comprobar que allí se encontra el autor de la fechoría, a quién saca de una oreja del mismo para conducir hasta la puerta de la calle y pedirle que acuda al jefe de estudios para, imaginemos, que este determinar qué sanción le corresponde por la ‘bromita’.

Pasado otros cinco minutos, de nuevo los golpecitos de antes. Se lanza como un tigre hacia la presa y en menos de un segundo llega a la puerta del armario. Pero, le parece todo tan confuso; cómo era posible que se reprodujeran de nuevo los golpes si ya había descubierto al ‘joven delincuente’ y puesto a buen recaudo. Abre la puerta para descubrir que no hay nadie, la cierra y, nuevamente, al cabo de un par de minutos vuelve a escuchar los golpes. Entonces, se vuelve medio loco y empieza a abrir las diferentes puertas con las que contaba el armario. Abre una, y nada; abre una segunda, y tampoco; así hasta abrir una cuarta, y comprobar al percutor de los mencionados golpecitos, a quien saca de la oreja y lleva en volandas hasta la puerta dando este pequeñas pataditas en el aire en busca de una tierra firme que sus pies no encontraban.

—¡Esto es inaudito! ¡Dios no te perdonará jamás, pecador! La puerta del Cielo te será vedada y no se te abrirá nunca, ya me encargaré yo de que así sea, ¡hijo de Satán! —sentenció el ministro de Dios.

—Pero padre, yo no tengo la culpa, a mí me han encerrado esos y no encontraba ninguna puerta abierta de la esclusa.

—Para Dios no hay escusas.

 

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

sábado, 10 de julio de 2021

A solas con Darwin

N.U.L. (21)

     Daniela, con tan solo seis años, ya era una niña muy pizpireta y avispada. La típica niña que lo sabe todo y presume de ello. Su madre, Gloria, tuvo mucho que ver en el pronto despertar al conocimiento y a la vida de la pequeña. La instruyó en mil y una cosas, le compraba mil y un cuentos; y más que sobreestimularla, la sobreexcitó. Ya en tercer curso de educación infantil, una orientadora la diagnosticó como T.D.A.H., en cristiano: que era una niña muy inquieta. Para sus padres era una niña peculiar. En realidad, toda la familia era peculiar.

     Manolo, su padre, tenía la costumbre de ir al baño a hacer sus necesidades acompañado del periódico de turno. En el acto íntimo era capaz de leer medio diario ya que el buen hombre se tomaba su tiempo en completar dicho menester, rondando la media hora larga.

     Gloria, también tenía un ritual muy parecido, pero cambiaba de compañías, cambiaba el diario por la revista del corazón. Gloria no tardaba tanto como su marido, pero tenía otras costumbres que acompañaba a su liturgia: se encerraba con ayuda de un pestillo con el que contaba el pomo de la puerta.

     Ambas costumbres no pasaron desapercibidas a la pequeña e ‘inquieta’ Daniela; y si la famosa orientadora del centro hubiera sido conocedora de las costumbres y rituales familiares, hubiera dicho que Daniela había aprendido de sus progenitores por acomodación ambiental.

     Una tarde, que la pequeña tenía ganas de hacer sus necesidades más íntimas y habiendo heredado las mismas dificultades astringentes de sus padres, cargada con un libro de Charles Darwin sobre la evolución humana, El origen de las especies, una lectura poco o nada infantil.

     Media hora más tarde cuando la criatura se dispuso a salir del baño no pudo abrir la puerta; el pestillo que había echado, ahora no podía quitarlo. En un principio, la pequeña se puso a forcejear con la puerta, para más tarde llamar a voces a su madre. Esta acudió de inmediato y viendo que no podía abrir la puerta, llamó a Manolo, quien hizo las mismas operaciones que su señora. Este viendo que no podía, echó mano del teléfono para contratar de inmediato a un cerrajero veinticuatro horas. Durante todo este tiempo, las palabras de ánimo y de aliento hacia su hija se reprodujeron repetidamente para que la niña estuviera calmada y no perdiera la tranquilidad en ningún momento.

     Tras tres horas de dilatada espera en el interior del aseo se puso fin al encierro de la pequeña. Una vez liberada la heredera los padres recompusieron el semblante y con cierto malestar y enfado hacia la pequeña tornaron en recriminación las anteriores palabras de ánimo.

—Hemos tenido que llamar a un cerrajero, quien ha tenido que romper la puerta del baño para sacarte, nos hemos gastado más de cien euros en pagarle, ahora tendremos que comprar una puerta nueva, hemos estado más de tres horas preocupados por lo que te pudiera pasar dentro, nos has hecho perder los nervios… ¿Qué has aprendido hoy?

—Que según Darwin, los individuos menos adaptados al medio ambiente tienen menos probabilidades de sobrevivir.

     CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

viernes, 9 de julio de 2021

El cazador cazado

       N.U.L. (19)

     Don Hipólito Ramírez de Maeztu, notario afamado de la capital, fue invitado por el Marqués de Maqueda a una cacería que iba a tener lugar el mismo día que se levantaba la veda (A esta clase de personas no les gusta esperar). El Marqués le dijo que podía traer un invitado, si tenía algún compromiso, amistad o familiar, siempre y cuando lo estimase oportuno.

      Don Hipólito, que en un primer momento no pensó en nadie e iba a asistir solo a la cita, un día antes del encuentro cinegético, le propuso a un muy buen cliente que lo acompañase. Quería agasajarlo para sacar cierto rédito a una amistad que quería forzar con él.

     El cliente de Don Hipólito, Segundino Sánchez García, era un nuevo rico sexagenario, a quien le cambió la vida de la noche a la mañana. Y digo bien, de la noche a la mañana, ya que, debido a sus problemas para conciliar el sueño, se decidió por comprobar los resultados de la lotería primitiva y ¡bingo! Noventa y cuatro millones de euros. Eran casi las tres de la madrugada y él, el único acertante de la primera categoría. Segundino, un hombre con pocos modales, algo rudo y con muchos años de penurias y trabajos físicos molientes sobre sus espaldas, cargando y descargando sacos, creyó que su benefactor era el ángel que había esperado toda la vida.

     El día de autos y después de haberse sorteado los puestos de caza, Segundino tras los pasos de Don Hipólito quedó sorprendido por una serie de cerca de cien disparos que procedían del puesto del Marqués. No esperaba que los tiros empezaran tan pronto, al menos hasta que no estuvieran en su puesto. Al pobre hombre casi le dio un infarto, pero para nada quería molestar a su benefactor notarial con sus problemas de salud.

     Don Hipólito, que no pronunciaba ni una palabra y había quedado enmudecido desde que iniciaron la caminatas hasta el puesto asignado (algo que parece ser habitual en las cacerías para no espantar a las piezas), recriminó a su invitado cuando este piso una rama y la partió.

—¡Shhh! Tiene que mirar bien por donde pisa. Los animales tienen el oído muy fino y al menor ruido se esconden y no salen.

     Una vez en el puesto y tras media hora de incómoda espera, Segundino bostezó. Don Hipólito le volvió a recriminar, pero no por la falta de educación.

—¡Shhh! Tiene que tener cuidado. Los animales tienen el oído muy fino y al menor ruido se esconden y no salen.

     Tiempo después, el ex cargador de pesos pesados con unas ganas inmensas de peerse no pudo aguantarse y el notario, con cara de pocos amigos y con el ceño fruncido, volvió a repetirle:

—¡Por favor! Ya sabe: los animales…

—¡Sí, sí! ¡Perdone! Le pido mil perdones.

     Tres horas de sufrida espera más tarde, Don Hipólito no llegaba a comprender nada.

—No lo entiendo. —dijo el notario—. Es la primera vez que sucede esto. No entiendo por qué no ha asomado la cabeza ni un solo bicho.

     El ignorante, pero asquerosamente rico, de Segundino sentenció:

—Si los animales también tienen infarto, llevan muertos tres horas. Ahora, va y le recrimina al Marqués.

 

     CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

Músculos atrofiados

N.U.L. (18)

Marianito, un chaval tímido e introvertido durante toda la vida y un poco corto de entendederas, a la edad de dieciocho años quiso cultivar el cuerpo. No sabía que se podía cultivsr también la mente; nadie se lo dijo. Pensó que con un cuerpo culturista las chicas caerían rendidas a sus pies, ya que su timidez le había impedido tener antes novia. El pobre hombre se machacaba a diario durante tres horas que si curl de bíceps mancuernas, que si press militar bar, que si cruch abdominal, que si hip thrust en máquina de femoral y un largo etcétera que al pronunciarlo parece que escucháramos a una persona vomitar.

Sebas, el monitor del gimnasio le dijo que se lo estaba currando y que si seguía así en dos o tres años estaría casi como él, que era la misma imagen de un Adonis. Mariano no estaba por la labor de tener que esperar tanto tiempo y le mencionó a Sebas que había oído hablar de algunos productos, que si proteína de suero, que si aminoácidos instantáneos, que si creatina, que si carbohidratos. Sebas le pidió que hablara en voz baja y le condujo a la trastienda donde guardaba diferente tipo de sustancias prohibidas, a cuál más nombre rimbombante y precio más desorbitado, pero ¡claro!, como le dijo Sebas «con esto en vez de tres años, en tres meses ya ves resultados». Dicho y hecho, Marianito que tuvo que pedir un crédito para los gastos que le estaba ocasionando el ‘esfuerzo’, se volvió medio loco con su objetivo de conseguir un cuerpo diez; y para ello, no solo, no dejaba de asistir al gimnasio a castigar el cuerpo, también se castigaba con grandes ingestas de diferentes potingues, compuestos y pastillas.

Aunque el tiempo se le hizo largo, todo llega; y pasaron los tres meses que Sebas le había profetizado. Mirándose en uno de los espejos del 'gym' y ante las palabras de alabanza del listillo monitor se vio guapo. Esa imagen y esas palabras le hicieron cambiar, era otro hombre: un super hombre.

Cuando salió a la calle creía que todo el mundo lo miraba.

—Ante una belleza así no se pueden cerrar los ojos. —pensó el nuevo Adonis y con una decisión inusitada en él, se desnudó en plena calle de la camiseta y se dirigió a una hermosa joven que esperaba en el semáforo a su lado.

—¡Hola, guapa! ¿Qué haces esta noche?

—Me lavaré los ojos con jabón de ‘Lagarto’. ¡Qué asco de músculos, tío!


CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

jueves, 8 de julio de 2021

Cuando las bromas se van de las manos

N.U.L. (17)

Jesús Peñas siempre fue un tipo guasón, buen contador de chistes y amigo de las bromas, sobre todo de las bromas ajenas.

Cuando estaba en quinto curso de primaria, no se le ocurrió otra cosa al mozo que despedirse de su profesora Engracia con una de sus habituales bromas. Era el último día de clase antes de las vacaciones de verano; y tenía preparada, como suelen hacer los falleros valenciano, una buena traca final: Metió un ratón en el bolso de la esmerada docente. Fue una broma pesada, a todas luces, porque ella tenía fobia a los ratones; lo que empezó siendo una broma pesada para echarse unas risas se convirtió en un drama. No temía a las represalias, pues ya no le podrían castigar.

Cuando pasó a secundaria, más de lo mismo. Un día que fue expulsado de clase junto a su amigo Chele y de camino al despacho del jefe de estudios, el señor Bustamante, se detuvo para coger un extintor de incendio colgado en una de las paredes que daba a un patio interior de tres plantas con sendos corredores alrededor de las mismas. Desde la última planta y aparato en mano, apretó la palanca de disparo del mismo para descubrir cómo una nube fina de polvillo blanco de dispersaba por todo el hueco interior del recinto para caer con un movimiento de fina lluvia e inundándolo todo y cubriendo la superficie cual nevada. El mozo estuvo un mes suspendido de asistencia a las clases.

Cuando tuvo que responder ante la patria y acudir a la prestación del servicio militar todo tenía que cambiar, pero no. A eso de llevar un mes en el cuartel y después de haber hecho dos maniobras se sabía todas; y se escaqueaba de sus obligaciones como el que más. Una tarde, cuando el resto de los compañeros estaban en la cantina, se hizo acompañar de Jaime para que este vigilara mientras él hacía la «petaca». Un descuido con el cigarrillo provocó que se prendieran las sábanas. Dio comienzo a un incendio que no pudo controlar y que se propagó por el resto de camas. Él y Jaime salieron corriendo para que no les relacionaran con el atentado. Toda la compañía estuvo arrestada durante tres meses. La broma ya estaba hecha. Allí en la mili aprendió un oficio como ebanista. Profesión a la que más tarde se dedicaría tras terminar la milicia.

Cuando se registró como autónomo en el oficio de la ebanistería tampoco dejó de bromear y reírse con las cacharradas que hacía a todos los que con él se topaban. Un mal día lo tiene cualquiera. Hay días que no se tienen ganas de trabajar, pero es lo que tiene ser adulto, que tengas ganas o no debes responder en el trabajo.

Una sierra en funcionamiento y medir mal las distancias entre su mano y la mencionada sierra acabó con la amputación de todos los dedos de la mano derecha.

Cuando fueron a verle sus amigos, familiares y compañeros, alguien le preguntó con cara compungida:

—¿Y ahora qué vas a hacer, Jesús?

—Pues rascarme los huevos con la izquierda. —dijo el carpintero con una gran carcajada.


CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

¿Una boda hippie?

 

N.U.L. (16)

Celso y Encarni, a punto de casarse y profundamente enamorados, y como en todas las parejas, siempre uno más que otro, decidieron hacer una boda ibicenca.

Es lo que se lleva ahora. —dijeron ambos a sus respectivas familias, cada uno por separado.

La familia de Celso, una familia de bien y de una gran posición económica y de mejor consideración social puso el grito en el cielo.

—Mi hijo no es un cualquiera. —gritaba ante su hijo—. Siempre has tenido lo mejor, lo hayas pedido o no; y ahora no va a ser menos».

La familia de la novia, tampoco vio con buenos ojos semejante disparate.

Aunque seamos de familia humilde, por ahí no pasamos. Esa gente es muy rara. ¡Hay que ver, con lo que te quería el hijo de Manolo, el del bar!

Cuando se reunieron ambas familias por primera vez para hacer las presentaciones y acordar los pormenores de la boda, los principales personajes del enlace se convirtieron en personajes secundarios; ambas familias tenían que dejar clara su postura y no ceder ante la otra familia en nada, daba igual lo que fuera.

Los consuegros se reunieron a parte; hay cosas de hombres que no les incumbe a las mujeres.

¿Fuma usted don…?

Miguel Ángel. Me llamo Miguel Ángel. Alguna vez.

¡Tome! ¡Un Montecristo nº4!

Las consuegras, por otro lado, también tenían que hablar de cosas de mujeres que…, como cabía esperar, tampoco les incumbe a los hombres, dijo Piluca, la madre del doncel.

Encarni madre desde la distancia clavaba los ojos a ‘su niño’ porque estas cosas no se le hacen a una madre.

¿A quién se le ocurre querer casarse con una donnadie ‘sin clase’, gusto ni estilo? pensaba la doliente madre de su futura nuera. También lo pensaba de la que iba a ser su nueva familia política, pero ya se sabe: este tipo de mujeres piensan mucho y mucho rato; y como los pistoleros de las películas del oeste, guardaba una bala en la recámara.

Encarni, yo soy una mujer que está muy bien considerada en mi sociedad. Quiero decir que para la boda de mi hijo no puede haber medias tintas; quiero lo mejor de lo mejor. ¡Ah!, y…, ¡cueste lo que cueste! Me entiende, ¿verdad? Quiero que todos mis invitados, los mil novecientos ochenta y cinco, queden completamente satisfechos y encantados con todos los detalles de la boda. No puedo consentir que nada ni nadie arruine ‘mi boda’. Me imagino que usted también quiere lo mismo para sus quince invitados, ¿no es así?

         CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

martes, 6 de julio de 2021

Muerte por espada

N.U.L. (15)

José Hervás, Manuel Hervás, Isaac Hervás, Tobías Hervás y Galeno Mejías, de la estirpe más afamada del gremio de espaderos de la imperial ciudad de Toledo vivían por y para el trabajo. Eso era lo que les había inculcado desde aprendices y a la tierna edad de ocho años, el patriarca del clan de los Hervás. Galeno era hijo de su mujer, la cual quedó viuda a los seis meses de su himeneo, dando a luz al hijo póstumo de Efrén Mejías, anterior dueño del taller espadero.

María, la madre del clan y sufridora mujer de un oportunista embaucador que vio la oportunidad de medrar con un negocio montado, no vio venir al ‘lobo con piel de cordero’ que un día se presentó en su puerta para ofrecerla su ayuda. En tan solo una semana se la ganó, entre otras, con la promesa de desposarla y hacerse cargo de la criatura que estaba en camino. Cuando Galeno nació ya era demasiado tarde; ya se había quitado la careta el monstruo que convivía con ella y a la cual culpaba de la más mínima cuita que se le plantease. Para relajarse sacaba a bailar una vara de avellano que tenía arrinconada tras el portón de la calle. Las heridas que le podía hacer a la mujer se multiplicaban con el roce de las ropas que trataban de ocultar su pecado. Cuando los niños alcanzaron la edad de aguantar un sopapo, la ira, que el ‘buen hombre’ albergaba, la repartía por partes iguales, quedando, a veces, exhausto.

Un día, Antonio, un esclavo negro propiedad de la familia, murió de un mal golpe en la cabeza trabajando en el taller. Cuando llegó el galeno, solo pudo certificar la muerte del joven y pedir al lacrimoso amo que tuvieran cuidado con la maquinaria; y le propuso algo así como implantar un ‘protocolo de protección de riesgos laborales’ si no quería perder su propia vida o la de sus hijos. Esa misma noche, José dijo a sus hermanos que no había sido un accidente y que vio con sus ojos como su propio padre fue el culpable de la muerte de Antonio.

A los dos meses hubo otra muerte en el taller. Esta vez se trataba de Galeno. Si el monstruo nunca mostró ningún tipo de cariño, afecto o simpatía por ninguno de sus hijos, ¿qué le obligaba a tenerlo por Galeno? Nada. Es más, le detestaba, aun siendo el motivo de su prosperidad en la ciudad del Tajo. Esa tarde, después de enterrar el cuerpo de Galeno y camino de casa, José pidió a su padre que les dispensara de seguir laborando en el negocio familiar; la pérdida era irreparable y se sentían destrozados por perder a su hermano.

—¡Padre!, si no es faltarle al respeto, mis hermanos y yo desearíamos que nos dispensara para honrar a nuestro hermano recordándole en el luto interior de casa.

—Lo primero, que no era tu hermano; y lo segundo, que solo los muertos tienen derecho a descansar.

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.


¡Hay secretarias y secretarias!


 N.U.L. (14)

Irene Sánchez, secretaria del registro civil de Málaga, soltera desde su nacimiento y sin compromiso que cumplir que subsane dicha situación, es una mujer obstinada donde las haya, reservada, prudente, siempre ha sido minuciosa en su trabajo, nunca ha salido ni un segundo antes de su puesto, siempre puntual, nunca dejando de ser productiva por un instante ya que no fuma y por tanto en su jornada  laboral rindiendo al máximo, siempre saliendo más tarde de lo que indica su contrato con la administración, ni un solo día de baja, nunca ausente de su puesto a pesar de los treinta minutos concedidos para el almuerzo, en resumidas cuentas, una joya de la administración del Estado.

Irenita, como la llamaba Don Faustino —su superior desde hacía más veinticinco años y a punto de jubilarse—, quien instruyó de los pormenores del trabajo al que iba a ser su sucesor, Don Cayetano, un joven talentoso que aprobó la oposición a la edad de veintitrés años; y que desde entonces, hace diez, hasta ahora, su vida laboral ha sido una carrera vertiginosa para ir a ocupar el cargo de Director Provincial del Registro. Don Faustino, también le dio algún que otro consejo sobre cómo comportarse con sus subalternos; y las virtudes y defectos de estos.

En la fiesta de despedida a Don Faustino no faltó ni un compañero. Todo fueron buenas palabras, felicitaciones, enhorabuenas, palabras de admiración y loas hacia el trabajo de jubilado y trabajadores en activo. La fiesta se prolongó hasta bien entrada la madrugada. Don Faustino y Don Cayetano no se separaron en ningún momento, gesto que no pasó desapercibido para la infalible secretaria, quien a lo largo de la noche experimentó ciertos sentimientos de atracción física y sexual al que ahora iba a ser su nuevo jefe. Seguramente que eso junto con alguna que otra copita también influyera en el morbo de hacer un acercamiento al nuevo macho alfa de la manada. La desinhibición que le proporcionó el alcohol hizo que cruzase bastantes palabras con Don Cayetano.

Irenita creyó ver en el apuesto y joven dirigente ciertos rasgos tagalos que creía poder compartir con él y así se lo hizo saber:

—Parece usted bastante joven para este puesto, no digo que no valga; si está… —dijo Irene.

—¡Usted cree?

—Parece un hombre muy apuesto. No lo parece, lo es. Seguro que ha tenido que quitarse a las mujeres de encima como a las moscas, ¿no?

—¡Usted cree?

—Parece que tiene ciertos rasgos… No sé cómo definirlos… ¿Tagalos? ¿Tiene usted familia filipina por casualidad?

—¡Usted cree?

—¡Jo! ¡Qué aburrido! ¿No sabe decir otra cosa?

—Saber, sé, pero créame que no le gustaría comprobarlo.

—Pruebe a ver.

—Pues… parece que usted es muyyy tonta.


CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

¿No cesará este rayo? MIGUEL HERNÁNDEZ

 VÍDEO Nº 2 De la colección ANTÁRTICA POÉTICA Canal de YouTube ¿No cesará este rayo que me habita el corazón de exasperadas fieras y de frag...