lunes, 19 de julio de 2021

El hábito de los monjes

N.U.L. (32)

Mi hermano inglés, John Midmay, me invitó hace ahora tres años a pasar unos días en Londres. Él había estado un año antes en mi casa de la playa, en Mojácar. Para no perder la amistad, por el paso del tiempo, firmamos un pacto de sangre por el cual nos comprometimos a visitarnos de forma alternativa una vez al año.

Una de las sorpresas que me tenía preparada John era la asistencia a una ópera, concretamente al festival de Glyndbourne. Salimos de la estación Victoria con destino a Lewes. Ya en el tren, era más que curioso ver a nobles y alta sociedad vestidos con frac, ellos; y de largo, ellas, portando cestas para picnic y sillas plegables. Aunque al lector le pueda sonar chocante que gente con personal de servicio sean ellos los que porten con el peso. Es una tradición que se remonta a los años treinta del siglo pasado y en la cual se estableció de forma no escrita el veto a dicho personal. Con los años, una actividad que en un principio estaba vetada al pueblo, se democratizó, siempre y cuando el interesado pudiera pagarse su billete. Cuando John compró los billetes no había pensado en mí, era una sorpresa para su, hasta hace poco, última pareja, David, un tipo negro muy divertido procedente de Isla Martinica, y a quien su familia había repudiado por su inclinación homosexual. Como John no estaba por la labor de renunciar a tal espectáculo me insistió varias veces en que tenía que estar en Londres antes del dieciocho de julio, último día que se representaba Madama Butterfly. ¡Yo, ¿cómo poder negarme a ver a Cio-Cio-San esperando el regreso del barco de Pinkerton?; y a esa espectacular aria, 'un bel dí, vedremo'! Tengo que decir que, llegada esa parte de la ópera, siempre empiezo a llorar hasta que termina la obra.

Cuando restaban quince minutos para el final, miré a John, quién desbordaba en su rostro una emoción inusitada, y le pregunté:

¿Te emociona la obra, como a mí?

No, lo que me emociona es verme rodeado de tanta gente guapa. Nunca había estado con tanto noble y gente de la alta sociedad. Es un sueño.

Pues disfruta de tu sueño; se termina en quince minutos.

¿Tienes que ser tan duro y desagradable?

No, John, no. Es la vida..., es la vida. Para los pobres la vida es así, dura y desagradable. No somos como ellos, aunque vistamos de forma muy parecida, ni siquiera nuestras ropas son las mismas. 

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.


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