N.U.L. (8)
Ana María de los Ríos, siendo niña, ya soñaba con llegar a ser famosa. Acompañaba a su tía a la peluquería todos los
viernes. Para pasar el rato, se entretenía a jugar con las macetas del patio
aledaño al negocio. Era un desahogo para los niños que acompañaban a las madres
y un descanso para la peluquera, Rosita, que no quería aguantar a los hijos de
nadie, (Rosita estaba soltera y sin hijos.) aunque tenía cierta deferencia para
con sus clientas abriendo el patio a unas criaturas que le podían destrozar las macetas con calas, hortensias y geranios, que suplían la carencia de descendencia . El problema residía en los días de lluvia; los niños no
podían permanecer en el patio, ya que este era un espacio muy abierto y en el
que se hacían unos inmensos charcos. En días como esos, a Anita no le quedaba
otra que quedarse sentadita dentro de la peluquería sin hacer nada. Lo único
que le estaba permitido era leer la prensa rosa que descansaba sobre una
pequeña mesa de café. La niña pasaba las hojas con verdadera celeridad; solo le
interesaban las fotos. Una vez terminada la revista daba cuenta de otra y otra
y otra… Según fue creciendo, fue aficionándose a leer parte de los artículos,
hasta que cuando alcanzó la adolescencia ya la leía de cabo a rabo las revistas
y participaba de las conversaciones de los adultos.
Llegó el día en el cual, a ella
por edad según su tía, le tocaba arreglarse el pelo y no un corte a tijera como
hasta entonces. (Esto marcó su entrada en sociedad.) Su tía Milagros le dijo a Rosita que le diera
unas mechas a la joven. Cuando terminó Rosita el trabajo, Ana quedó muy
satisfecha, pero el subidón le llegó unos segundos más tardes cuando entre
todas las clientas de la peluquería determinaron que se parecía a una famosa
asidua de las revistas del corazón. Su tía, por eso del amor de tía, dijo que
la niña era más guapa que, cito literalmente, ‘el palo seco de la famosa’.
A la niña la comparación le hizo
despertar un mecanismo en sus neuronas hasta ese momento dormido. Si era igual
de bella que la famosa, ¿por qué no podría ella ocupar un espacio en las
páginas de la misma revista? Preguntó a su tía que tenía que hacer para
convertirse en famosa. Milagros le dijo que ser un poco desvergonzada y tener
la lengua muy larga y la falda muy corta, como cantaba Joaquín Sabina.
Una mañana que se acicaló como
nunca lo había hecho y echándose encima diez años más, tomó rumbo a la
dirección de una revista del colorín. Tenía decidido presentarse y decir ‘aquí
estoy yo’. En su camino se encontró con una manifestación de activistas de
Femen que protestaban ante la puerta del Gobierno civil. Recordó las palabras
de su tía: ‘Había que se desvergonzada’ y se unió al cántico de protesta de las
mismas: ‘Manolo, hazte la cena tú solo’, ‘No somos princesas, somos dragonas’, ‘Sola,
borracha, quiero llegar a casa!’ y un largo etc.
Llegó el momento en que las
activistas se desnudaron de cintura para arriba y ella, aunque dudó en un
principio, se vio en la obligación para no ser la única desertora entre ellas.
Tampoco le importó mucho enseñar los pechos llegado ese momento; sería por esa
máxima de que había que ser desvergonzada.
—¡Qué
escándalo! —protestó el
gobernador y dio orden a la policía de la detención de las mismas por escándalo
público. Los medios de prensa que se remolinaban entorno a ellas dieron amplia cobertura
en los diferentes medios. Todas fueron conducidas a los calabozos de la
policía. Ana María no se encontraba orgullosa de su colaboración en una causa
que le traía al fresco; y menos, tener que perder diez horas de su vida
encerrada entre cuatro paredes con una multitud de mujeres chillonas.
Tras el calvario de la espera, toma
de huellas y de datos, declaración ante la policía, por fin salió de la
comisaría. Era demasiado tarde para todo: para ir a la redacción de la revista,
para ir a cenar, para ir a ningún sitio que no fuera su casa; era de noche y
todo estaba cerrado. La ciudad, ahora dormida, permanecía ajena a su causa, a
la causa de las activistas… ajena a cualquier problema de nadie.
Ana María de los Ríos se fue a
casa. —Mañana sería otro día —pensó. Cuando se despertó tenía
claro que no caería en los errores del día anterior. Se volvió a acicalar como
nunca antes lo había hecho (a excepción del día anterior) y volvió a echarse encima
diez años más. (Igual que el día anterior.) También volvió a tomar rumbo a la
dirección de la revista del colorín, a la que el día anterior no pudo acudir; y
nada más poner el pie en la calle, algunas mujeres que la reconocieron el día
anterior en las imágenes del telediario le hacían saber que había salido por la
‘tele’. Su ego fue in crescendo por momentos hasta que Lorenzo, otro
vecino de toda la vida, le hizo una observación que antes ninguna de sus
vecinas le hizo: —¡Vaya
pechitos, Anita!
El mundo se le cayó encima. No
estaba dispuesta a ser famosa a cualquier precio.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.