domingo, 27 de junio de 2021

El hombre del desierto

 


N.U.L. (4)

     Amr Al Zoghbi nunca había salido de su aldea, junto al lago Umm al-Maa. El Mar de Arena de Ubari, al suroeste de Libia es una composición de dunas de arena de una belleza sin igual, más que nada por el contraste del gigante de arena y los lagos, vergeles en medio de la nada.

     Amr Al Zoghbi ha visto cómo la aldea se ha ido despoblando, Ahora solo quedan cuatro familias, aunque en realidad todas las familias son la misma. Ha visto cómo un día desapareció un primo, luego lo hicieron dos más y a estos los acompañaron casi todos más tarde. Después de los hombres jóvenes desaparecieron los adultos y después de estos, sus mujeres e hijos también desaparecieron al encuentro de los hombres que anteriormente emigraron para buscar un nuevo hogar.

     Amr Al Zoghbi no podía comprender cómo un hombre podía abandonar el paraíso. No hay nada en el mundo que justifique salir del Edén, sentenciaba. Él solía hacer, día tras día, el mismo ritual: sentarse a la orilla del lago para contemplar cómo el sol se ocultaba entre las dunas y cómo dibujaba el sol con tonos rosas, naranjas, blancos, amarillos y celestes en el agua del lago. Para él no había espectáculo más grande en el mundo. Cada día a la misma hora se fundía con la aturaleza para sentirse más cerca de Al-lāh y le daba gracia por todo lo que le había brindado en la vida.

     Una extraña enfermedad acabó con la vida de su mujer Nawal, con la de sus hijas pequeñas y la de sus dos únicos hijos que aún vivían con él. Los mayores emigraron como tantos otros. Ante tanta muerte se sintió solo y culpaba a Dios de haberle privado de aquella felicidad que antes tuvo. Aunque seguía repitiendo al atardecer el ritual diario de seguir sentándose a orillas del lago Umm al-Maa al atardecer, no lograba provocarle los mismos sentimientos que antaño. Se preguntaba qué podía hacer allí un lago en medio de la nada del desierto, por qué se le privaba al lago de reunirse con oras aguas y fundirse con ellas creando un mar. Un día recibió un mensaje de uno de sus hijos que se encontraban en Europa, le instaba a reunirse con él y su familia. Su hijo le mandaría el dinero necesario para que se pudiera reunir con la familia que le quedaba. Su hijo le decía que ya no había nada que lo uniera a esas tierras yermas y malditas, que la medicina en Europa hubiera conseguido combatir la enfermedad que acabó con su madre Nawal y con sus hermanos pequeños, que en Europa estaría todos juntos…

     Una tarde, Amr sentado en la orilla no sabía cómo despedirse de aquel lago que sentía formar parte de él. No lo podía explicar, pero creía que el lago era una prolongación de su alma. Seguía resentido con Al-lāh y se preguntaba sin encontrar respuesta alguna qué hacía ese tesoro de la naturaleza allí rodeado de un desierto inhóspito del que todos huían. Con lágrimas en los ojos se despidió para siempre de Umm al-Maa. El lago, también, pareció querer despedirse también de él; unas nubes que se encontraban encima de él dejaron caer algunas gotas, cual lágrimas saladas.

     Hace doscientos mil años, esta región fue húmeda y muy fértil. Solía llover de forma abundante y los ríos fluían como lo hacen hoy en Europa. Estos ríos convergían en un gran lago en la cuenca del Fezzan llamado Lago Megafezzan. Durante los periodos húmedos el lago alcanzaba un tamaño que parecía un mar interior.

     El cambio climático provocó que la zona, una parte del Sahara, se secase paulatinamente hacia la época de la civilización egipcia y el lago se evaporó en el aire. 

     Amr, también se evaporó del desierto siguiendo la invitación de su hijo Omar. Cuando llegó a Europa le sorprendió la grandeza del océano. Le pareció sobrecogedor. Nunca hubiera imaginado que podía existir algo de tamaño tan enorme. Se preguntaba cómo era posible que existiera algo semejante. Enseguida supo que era creación de Al-lāh, que todo lo que le sorprendía en su nuevo hábitat era creación de Al-lāh. Entonces se sintió terrible por haberle dado la espalda durante los últimos tiempos. Creyó sentirse reconfortado con su dios; se volvió a reencontrar con él. Se sentaba en el muelle del puerto, pero no encontraba las palmeras que antes lo saludaban cada atardecer. Se acordaba tanto de su lago que cayó en una nostalgia que le hacía preguntarse por qué había abandonado un hogar que era su razón de ser. Sentía que le faltaba algo, le faltaba el alma. Entonces reconoció que aquella porción de agua en medio de la nada era su alma y que había renunciado a ella.

     Cuando su hijo le miraba a la cara se apenaba de su padre, pensaba que el viejo extrañaba a su mujer.

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