lunes, 28 de junio de 2021

Ser educado

 


N.U.L. (5)

     Eliodoro Sahagún, funcionario correcto y hombre obsesivo de las buenas formas, la urbanidad, el decoro y el respeto hacia los demás, salía siempre de su casa a las 7:35 horas para acudir puntualmente a su trabajo y siempre con un margen de unos diez minutos de adelanto ante cualquier imprevisto.

     Eliodoro era un hombre que ayudaba en todo lo que podía a sus vecinos. Ayudaba a las mujeres subiendo bolsas de la compra, sujetaba la puerta a las familias que acudían con un cochecito de bebé, retenía la correspondencia o paquetes de los vecinos cuando estos se encontraban fuera de vacaciones. En definitiva, el vecino ideal que todos quisiéramos tener.

     Una mañana, al coger el ascensor, notó más tráfico de lo normal. Cuando los vecinos paraban en su planta, si alguno le invitaba a pasar, él declinaba cortésmente la invitación alegando con buen criterio que no podían sobrepasar el límite de peso autorizado. Esta misma acción se repitió hasta cuatro veces. Decidió bajar las escaleras andando hasta llegar a la planta del garaje. Cuando se detuvo a abrir la puerta del bajo que comunicaba con el garaje, no tenía la llave para poder abrir la puerta; habían cambiado la cerradura hacía un par de meses coincidiendo con su estancia en el hospital por una operación que le retuvo durante una semana ingresado.

     Una vez en el garaje, más de lo mismo; el tránsito de automóviles abandonando la cochera era impresionante. Multiplicaba por cuatro o cinco el tráfico normal de cualquier otro día. Él, que siempre ha sido un hombre muy educado, cedía el paso a todos los vecinos ya que su plaza estaba muy mal situada, concretamente a escasos cinco metros de la salida. No podía comprender que ese día hubiera tanto vecino ansioso por salir. Cuando ya se despejó del todo el barullo, comprobó que una vecina que acababa de entrar sacaba un bulto del maletero con unas dimensiones descomunales y las que la pequeña mujer a penas podía hacer frente con su escasa fuerza. Él, cómo no, tenía que ayudar a la dama en cuestión rememorando a aquellos caballeros medievales que siempre salían en defensa de las damiselas que se encontrasen enclaustradas en la almena más alta del castillo de turno.

     Cuando terminó de ayudar a la mujer, un cartel le llamó la atención, pero dejaría su lectura para más tarde, cuando volviera del trabajo; llevaba prisa y no quería que ese fuera su primer día en llegar tarde a su puesto de trabajo, puesto al que no había faltado ni llegado tarde ni un día solo en más de veinticinco años de servicio para la administración. (Salvo la semana de su hospitalización.)

     Eliodoro presionó el botón de salida de su mando a distancia, pero la puerta no se abría. Debían ser las pilas, pensó. Apretó varias veces el botón del susodicho mando, pero ni con esas. Tuvo la genial idea de abrir la tapa del compartimento de las pilas para girarlas un poco; eso suele funcionar con el mando del televisor. Tampoco. La paciencia de Eliodoro se acababa. Pensó que tarde o temprano acudiría un vecino al que le explicaría su situación para que le permitiese salir delante. El soñado vecino no aparecía y los minutos avanzaban. Con esa impaciencia que no nos permite permanecer parados se decidió por salir del coche. Reparó en el anteriormente citado cartel, el cuál informaba de un corte de suministro eléctrico que tendría lugar ese mismo día poco antes de las 8:00 de la mañana.


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