N.U.L. (10)
Marcos Pinilla ‘Marquiltos’ lo tenía clarísimo desde
temprana edad, cuando fuera ‘mayor’ sería futbolista. Todo empezó un verano. A
Marquitos le habían dado las vacaciones de verano y coincidía con el comienzo
del mundial de fútbol. Todo era lo mismo.
Por las mañanas,
por las tardes y algunas noches e incluso en la oscuridad rota por las dos o
tres farolas que hubiesen quedado a salvo de las pedradas de ellos mismos. Este
aprendizaje intensivo, esta práctica sin mesura se veía entrecortada cada vez
que jugaba la selección española u otra selección de gran envergadura.
Marquitos fue a
probar suerte en el segundo equipo de la ciudad. Su juego era bueno y a la
primera fue admitido para formar parte del equipo. En aquel entonces, no hacía
falta el consentimiento paterno ni
autorizaciones similares. Tampoco lo hubiera tenido y se hubiera visto
en la necesidad de falsificar cualquier tipo de documento ya que su padre ni le
gustaba el fútbol ni le gustaba ocuparse de la educación del chaval ni prestaba
un minuto de atención a este. El primer
año de Marquitos en el club fue un año de transición; no destacaba, pero
tampoco le desagradaba a ningún directivo del club. Directivos que nunca le
dirigieron una palabra de ánimo, de complicidad o simplemente un saludo. El
segundo año, todo cambió; se convirtió en el máximo goleador de un equipo que
carecía de ‘medular’ y, por lo tanto, Marquitos pronto supo que para destacar
tenía que hacer aquello a lo que estaba acostumbrado en la explanada de su
barrio: coger el balón en el medio del campo y sin contar con ningún compañero ‘chupar’
hasta llegar a las inmediaciones del área contraria y chutar a gol. Sus
compañeros se enfadaban con él; lo tachaban de ‘chupón’ y eso es tan malo como
en una cárcel ser el ‘chivato’. Al menos, le quedaban los aplausos de una
directiva que solamente en una tercera parte de la misma se dignaban a dar
alguna que otra palmadita en la espalda. Tan solo era un niñato. Estos gestos
quedaban reservados para la plantilla del equipo adulto.
Marquitos que
no se encontraba a gusto tan solo necesitaba
las alabanzas de un cazatalentos del primer equipo de la ciudad para
decir adiós al equipo. En realidad se despidió a la francesa. En pocos días los
directivos de su exequipo se enteraron de la noticia y entraron en cólera; —eso no se hacía. —decían los ‘mandamases’ del club—,
que si el niño era un traidor, que si era un ‘judas’, que ¡mira cómo nos lo
paga! Y un largo etc. tan grande como su inoperancia. Uno de ellos dijo que
conocía al padre, Don Marcos. En este caso era el padre el que tenía el mismo
nombre que su hijo. Fueron al verlo a la tiende de comestibles para que
intentara convencer al ‘niño’ de su retorno al equipo de sus amores, según
ellos. Don Marcos, que detestaba el balompié, tan solo se limitó a decir que
eso del fútbol era una pérdida de tiempo, que más le valía al muchacho ayudar
en el negocio familiar para ayudar en la economía doméstica. También
preguntó si había por medio alguna
cantidad económica o que si eso se limitaba a los futbolistas que salían por la
tele. Ante la negativa respuesta, el padre les dijo que se podían marchar por
donde habían venido y que nunca les había visto por su negocio, pero que si
alguna vez querían género bueno que acudiesen a su tienda y que si eso ya
hablaría más adelante con su vástago.
Su novia de toda la
vida, Jacinta, estaba encantada con el notición que le dio su chico cuando
cambió de equipo, pero más tarde dejó de
estarlo para preocuparse por si el ascenso de varón iba in crescendo. Una amiga
de Jacinta le dijo que las novias de los futbolistas famosos eran modelos y
como ella no lo era que no dudase ni un segundo que cuando este llegase a un
equipo de primera, sería sustituida por una miss. Esa idea permaneció en la
cabecita de la joven Jacin y no
conseguía encontrar salida. Su preocupación aumento cuando al joven le salió un
pequeño contrato con un equipo de tercera división. No era mucho dinero, pero
era un comienzo. Al año siguiente y gracias a sus goles (goles son amores) se
le presentó un nuevo contrato con otro equipo de categoría superior, y aunque
el contrato variaba económicamente en muy poco al de su presente equipo,
aceptó; (dicen que nada es igual a nada y es cierto) era un escalón más que
debía subir y que el dinero vendría más adelante. Lo poco que cobraba se lo
gastaba pagando al Juli un amigo del
barrio mayor que él que le hacía de chófer ya que este tenía coche propio.
La vida de Marquitos dio un giro de guion, a
finales de temporada cuando en la última jornada y a falta de un minuto para el
pitido final, el árbitro pitaba penalti a favor de su equipo. Si marcaba,
ganaban la liga. A estas alturas el lector habrá intuido que Marcos Pinilla ‘Marquitos’ falló el penalti, pero no, no
lo falló; marcó y ganaron la liga con el consiguiente ascenso de categoría.
Echó en falta a su novia Jacin para festejar con la persona a la que más quería
su último éxito.
De camino a casa,
desde que salió del vestuario, las palmaditas en el hombro, los besos, los
saludos de manos… se sucedieron y le llevaron en una nube hasta montar en el
coche del Juli.
—¿Cómo
es que no ha venido hoy Jacinta? —preguntó el Juli.
—A las
mujeres no hay quien las comprenda. Como no les gusta el fútbol….
—Será
eso. —dijo el chófer.
Cuando llegó a
casa, la tienda de Don Marcos permanecía cerrada. Al subir y abrir la puerta
descubrió a multitud de gente en casa. —Se trataba de una fiesta. —dedujo
la joven promesa. Estaba toda la familia. Había muchos vasos, refrescos, algunas
botellas de licor y algunos platos encima de la mesa. También estaba Jacinta
con su familia. Tenían la radio puesta, pero muy bajita, seguramente que para
no molestar a los vecinos.
—¡Hemos
ganado! —manifestó el joven con gran emoción—. ¿Os habéis
enterado de lo del penalti?
—Por eso
estamos aquí, Marcos, por eso. No es momento para alegría ni risitas. Te tienes
que casar con Jacin y, como ahora debes responder como marido y como padre, ya se
acabó la gilipollez esa de seguir dando patadas a un balón. A partir del lunes
empiezas a trabajar en la tienda de tu futuro suegro.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
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