N.U.L. (9)
Manolito Calvín
nació siendo un niño sufridor. Nació en el seno de una familia pobre. Todos los
años, cuando llegaba Navidad era más consciente, si cabe, de la paupérrima
situación económica de la familia. Lloraba delante de los escaparates de las
tiendas de juguetes porque sabía que de los artículos allí expuestos no sería
ninguno para él. Lloraba con los anuncios de televisión porque le hacían ver
que no todas las personas tienen la misma fortuna al nacer; sabía que sus
compañeros lucirían los juguetes por las calles, todos, menos él.
Una tarde vio
una película en la que se veía a Santa Claus rodeado de elfos, los cuales le
construían los juguetes que más tarde entregaría a los niños, a todos excepto a
él. Pronto supo de la realidad de los cuentos de Navidad y de los cuentos en
general, pero tuvo una temporada en la que soñaba con ser de mayor un elfo para
poder estar rodeado de juguetes. Sueño que se cumplió el día que entró a trabajar
en la tienda de Don Marcelino. Él sumaba la edad de dieciocho años y Don
Marcelino dividía la tienda en dos partes: a un lado vendía bicicletas; y al
otro, juguetes. Manolo que ahora se veía rodeado de juguetes, ya no soñaba con
ellos; se le había pasado la edad de jugar, aunque seguía siendo igual de
desgraciado, seguía siendo una persona sufridora, se enamoró de quien no debía,
Julita Márquez Santoro, que era la joven por la que bebía los vientos —vientos que la mencionada Julita
reservaba para otro, José Luis, hijo del fotógrafo Don Matías—.
Con el paso de
los años, su Julita se convirtió en Ernestina, una chica que no le gustaba,
pero que llegado a cierta edad no pudo rechazar. A Ernestina le pasó lo mismo
con él. El matrimonio no pudo tener hijos, cosa que Manolo agradeció ya que no
le hacía ninguna ilusión pensarse tirado en el suelo jugando con un mocoso
después de un día de trabajo. Tras
veinticuatro años, once meses y veintinueve días de matrimonio, Ernestina le
pidió el divorcio porque no quería llegar a las bodas de plata con un hombre
gris. Desde aquel día hasta hoy, la vida de Don Manuel ha transcurrido también
gris. Reside desde hace cuatro años en una residencia de la tercera edad
llamada San Nicolás que es regentada por las Hermanitas de los desamparados. Ahora
que Don Manuel ve cómo la muerte se resiste a llamar a su puerta, todo es
diferente a la infancia de aquel Manolito, todo excepto dos cosas: sigue siendo
un sufridor y sigue llorando delante de los ventanales —las monjitas piensan que es de amor hacia Ernestina—. Simplemente, es Navidad.
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