miércoles, 30 de junio de 2021

Anita y la prensa rosa

N.U.L. (8)

Ana María de los Ríos, siendo niña, ya soñaba con llegar a ser famosa. Acompañaba a su tía a la peluquería todos los viernes. Para pasar el rato, se entretenía a jugar con las macetas del patio aledaño al negocio. Era un desahogo para los niños que acompañaban a las madres y un descanso para la peluquera, Rosita, que no quería aguantar a los hijos de nadie, (Rosita estaba soltera y sin hijos.) aunque tenía cierta deferencia para con sus clientas abriendo el patio a unas criaturas que le podían destrozar las macetas con calas, hortensias y geranios, que suplían la carencia de descendencia . El problema residía en los días de lluvia; los niños no podían permanecer en el patio, ya que este era un espacio muy abierto y en el que se hacían unos inmensos charcos. En días como esos, a Anita no le quedaba otra que quedarse sentadita dentro de la peluquería sin hacer nada. Lo único que le estaba permitido era leer la prensa rosa que descansaba sobre una pequeña mesa de café. La niña pasaba las hojas con verdadera celeridad; solo le interesaban las fotos. Una vez terminada la revista daba cuenta de otra y otra y otra… Según fue creciendo, fue aficionándose a leer parte de los artículos, hasta que cuando alcanzó la adolescencia ya la leía de cabo a rabo las revistas y participaba de las conversaciones de los adultos.

Llegó el día en el cual, a ella por edad según su tía, le tocaba arreglarse el pelo y no un corte a tijera como hasta entonces. (Esto marcó su entrada en sociedad.)  Su tía Milagros le dijo a Rosita que le diera unas mechas a la joven. Cuando terminó Rosita el trabajo, Ana quedó muy satisfecha, pero el subidón le llegó unos segundos más tardes cuando entre todas las clientas de la peluquería determinaron que se parecía a una famosa asidua de las revistas del corazón. Su tía, por eso del amor de tía, dijo que la niña era más guapa que, cito literalmente, ‘el palo seco de la famosa’.

A la niña la comparación le hizo despertar un mecanismo en sus neuronas hasta ese momento dormido. Si era igual de bella que la famosa, ¿por qué no podría ella ocupar un espacio en las páginas de la misma revista? Preguntó a su tía que tenía que hacer para convertirse en famosa. Milagros le dijo que ser un poco desvergonzada y tener la lengua muy larga y la falda muy corta, como cantaba Joaquín Sabina.

Una mañana que se acicaló como nunca lo había hecho y echándose encima diez años más, tomó rumbo a la dirección de una revista del colorín. Tenía decidido presentarse y decir ‘aquí estoy yo’. En su camino se encontró con una manifestación de activistas de Femen que protestaban ante la puerta del Gobierno civil. Recordó las palabras de su tía: ‘Había que se desvergonzada’ y se unió al cántico de protesta de las mismas: ‘Manolo, hazte la cena tú solo’, ‘No somos princesas, somos dragonas’, ‘Sola, borracha, quiero llegar a casa!’ y un largo etc.

Llegó el momento en que las activistas se desnudaron de cintura para arriba y ella, aunque dudó en un principio, se vio en la obligación para no ser la única desertora entre ellas. Tampoco le importó mucho enseñar los pechos llegado ese momento; sería por esa máxima de que había que ser desvergonzada.

—¡Qué escándalo! —protestó el gobernador y dio orden a la policía de la detención de las mismas por escándalo público. Los medios de prensa que se remolinaban entorno a ellas dieron amplia cobertura en los diferentes medios. Todas fueron conducidas a los calabozos de la policía. Ana María no se encontraba orgullosa de su colaboración en una causa que le traía al fresco; y menos, tener que perder diez horas de su vida encerrada entre cuatro paredes con una multitud de mujeres chillonas.

Tras el calvario de la espera, toma de huellas y de datos, declaración ante la policía, por fin salió de la comisaría. Era demasiado tarde para todo: para ir a la redacción de la revista, para ir a cenar, para ir a ningún sitio que no fuera su casa; era de noche y todo estaba cerrado. La ciudad, ahora dormida, permanecía ajena a su causa, a la causa de las activistas… ajena a cualquier problema de nadie.

Ana María de los Ríos se fue a casa. —Mañana sería otro día —pensó. Cuando se despertó tenía claro que no caería en los errores del día anterior. Se volvió a acicalar como nunca antes lo había hecho (a excepción del día anterior) y volvió a echarse encima diez años más. (Igual que el día anterior.) También volvió a tomar rumbo a la dirección de la revista del colorín, a la que el día anterior no pudo acudir; y nada más poner el pie en la calle, algunas mujeres que la reconocieron el día anterior en las imágenes del telediario le hacían saber que había salido por la ‘tele’. Su ego fue in crescendo por momentos hasta que Lorenzo, otro vecino de toda la vida, le hizo una observación que antes ninguna de sus vecinas le hizo: —¡Vaya pechitos, Anita!

El mundo se le cayó encima. No estaba dispuesta a ser famosa a cualquier precio.

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.


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