N.U.L. (11)
Inmaculada y
Fernando eran una pareja que como tantas otras, cuando estaban con los
preparatorios de su boda, decidieron y planificaron su luna de miel al Caribe.
Concretamente a México. Pensaron que ir al caribe y quedarse solo en el
complejo hotelero (Ahora la gente snob dice Resort.) era un poco vago y que
cuándo se verían en otra para poder viajar de nuevo allí., que seguramente se
arrepentirían de una decisión que les pudiera ahorrar unas pocas pesetas.
Entonces tiraron la casa por la ventana y contrataron mil y una excursiones
para visitar: hicieron un tour en todoterreno, saltaron a un cenote, visitaron Tulum,
hicieron snorkel en Arrecife, se bañaron entre delfines, hicieron miles de
compras en las tiendas de Playa del Carmen, viajaron en catamarán a la isla
Mujeres, asistieron a una cena mariachi…
Eran muchas actividades, muchas
comidas (la mitad de ellas picantes),
muchas bebidas en el todo incluido (la mayoría de ellas mojitos y caipiriñas)…
En ninguna foto salían posando ante edificios históricos, ante templos
históricos o ruinas mayas o aztecas (que para el caso, a muchos turistas les
parece lo mismo.) Fernando propuso una visita a Chichén Itza. Inmaculada que no
sabía lo que era ‘eso’ y enamorada de su recién estrenado marido dijo que lo que
él dijera. Dicho y hecho. Al día siguiente, 15 de mayo (San Isidro en España),
y con una temperatura asfixiante de treinta y cinco grados, la joven pareja,
junto con otras veintitantas parejas jóvenes, se montaron en un autobús sin
aire acondicionado con destino a las famosas ruinas mayas.
La pareja, que el día anterior gozaban
de plena salud, se encontraron con la maldición de Moctezuma, él; y con la
incomodísima e inoportuna menstruación. Las cosa empezaron mal desde un
principio Y se tronaron en peor después. A multitud de mendigos ocasionales
pidiendo limosna, se les sumó la pléyade de vendedores ambulantes que por allí
pululaban cual moscas en el rabo de la vaca. Tuvieron un intento de robo que se
quedó en nada ya que al carterista le pillaron, pero bien ‘de marrón’; más
tarde, ‘les clavaron’ al pedir unas bebidas y para ‘más inri’, cuando todo
parecía llegar a su término y enfilar junto con los demás la subida al autobús
se les acercó un individuo que les dijo que la empresa ‘autobusera’ quería
reponer la falta cometida con ellos al
transportarlos en un autobús hacinado y sin aire acondicionado. Fernando que
siempre desconfiaba de quien daba duros a pesetas declinó por varias veces la
invitación de ‘ tan amable samaritano’, sugiriéndole que se lo ofreciera a gente
más necesitada que ellos. Más tarde supieron que las mafias locales hacían eso
con los turistas que mostraban mucha ‘plata’ en público y que lo mejor que les
podía pasar es que les dejaran abandonados en medio de la selva tras haber sido
desvalijados.
Fernando era un tipo estoico que
minimizaba cualquier imprevisto y para quitar hierro al asunto, una vez a salvo
y en sus aposentos del ‘gran resort’, quiso enseñar las fotos inmortalizadas por la cámara de
la que el varón hizo ostentación en el viaje a Chichén Itza.
—Ven cariño. ¡Mira qué foto más
bonita de las pirámides!
—¿Pirámides? ¿Qué pirámides?, si
eso era una mierda de pirámide. No había más que piedras. ¡Me cago en las putas
piedras!
—¡Mujer! No digas eso de Chichén
Itza.
—Pues me cago en ti, ¡gilipollas!
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