Se llamaba María de las Virtudes Pilar Florencia Elvira. Su
bautizo fue uno de tantos en el que acuden las hordas de ambas familias; y como
es de rigor, tanto en la iglesia como en el banquete, una familia a un lado y
la otra familia al otro. Esta disposición del terreno siempre me ha recordado a
dos equipos de fútbol que van a disputar un partido, antes del pitido inicial,
y cual reflejo del pasado medieval en el que se conquistaban y reconquistaban
ciudades, las dos familias en una pugna sin cuartel sabedores de los flancos expugnables
y de las debilidades de los otros se estudian con miradas para compartir más
tarde con los suyos datos —podría
decirse chismes y cuchicheos en petit comité— con los que poder dar una sestada a su rival.
Todos sabían la técnica que debían emplear en el combate. Cuando el
párroco les preguntó por el nombre de la catecúmena. El abuelo paterno dijo que
Virtudes ya que era el nombre de su santa madre y alegó que este nombre traería
suerte a la niña pues su madre fue colmada de dicha durante toda su vida. La
mujer —o sea, la abuela paterna— dijo que Pilar, exponiendo que la Virgen del Pilar la protegería
y que dicho nombre infundía a las mujeres fuerza y templanza. Faltaba que se
pronunciaran los jugadores que se encontraban al otro lado del cura. El abuelo
materno dijo que él también tenía madre y que la suya estaba viva, caso que no
podían decir de la mamá del abuelo paterno, que la suya agradecería el gesto de
los padres para con ella; y que en el caso de la difunta bisabuela paterna de
criatura el agradecimiento no sería tal, simplemente porque estaba muerta y
punto.
—¡Elvira! —quiso imponer mediante un grito que acabara discusión tan tonta— Elvira es un nombre que no se ha dado nunca en ninguna de las dos
familias. Es un nombre distinguido y seguro que le hace ilusión a mi amiga
Elvirita.
—¡Señores, por favor!, solo les voy a
pedir que se comporten en la casa del señor. No hay ningún problema para que la
criatura reciba en santo sacramento los nombres que ustedes han propuesto y que
además quiero agradecerles que sean nombres cristianos porque no saben los
nombres que me piden hoy en día. Solo les diré una cosa: la niña debe recoger,
¡cómo no!, el santísimo nombre de María delante.
Todos los abuelos se miraron entre sí, unos a los otros y otros a
los unos. Nadie protestó ni alegó nada ante el fallo final del árbitro con
sotana, simulando el pitido de final de partido.
Los padres se miraron con ese lenguaje gestual que solo ellos entienden.
El padre de la pequeña María de las Virtudes Pilar Florencia Elvira se
acercó a su esposa para decirle al oído: «No te preocupes,
nosotras la llamaremos Jesica».
—Jesi, cariño, Jesi —apostilló la madre.
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