domingo, 18 de julio de 2021

En medio de la madrugada


N.U.L. (31)

Cuando Margarita Batancourt propuso matrimonio a Sebastián Daroca, este solo dijo dos cosas: la primera, preguntó si no era demasiado pronto para ello - a lo que su novia respondió que llevaban catorce años de noviazgo-; y la segunda, que solo accedía si la santa renunciaba a la idea de la maternidad. A regañadientes tuvo que aceptar Margarita, aunque siempre albergó la posibilidad de hacerle cambiar de opinión. Sebastián era un hombre de principios y su palabra valía más que la ley. No le gustaban los niños, ni sus sobrinos siquiera, motivo por el que veía poco o nada a la familia propia y a la política. Tampoco le apetecía compartir sus cosas, despacho, tiempo, casa, sueldo ni nada con unos hijos que lo único que dan son disgustos o quebraderos de cabeza. Era un hombre amante del silencio, de la limpieza y del orden. Tenía el coche más limpio y mejor cuidado que el día que lo sacó del concesionario. Muchas veces mandaba a su mujer ir andando a cualquier sitio por lejos que estuviera para que no manchara el impoluto interior del auto. Su despacho le estaba vetado a su esposa, pues no quería que está moviera de posición cualquier papel estuviera donde estuviera; él se encargaba de limpiar su despacho y como no se fiaba mucho, llegó a poner cerradura por si acaso. En su trabajo fue ascendido en múltiples ocasiones más que por su valía o talento, por el orden, la escrupulosidad y la limpieza de su trabajo.


      Una noche, ya de madrugada, a eso de las tres o cuatro le despertaron a él y a su santa esposa, que dormía en otro dormitorio, una serie de desesperados timbrazos que no cesaban. Se trataba de su vecino, con el que, a penas, había cruzado conversación en cuatro o cinco veces, no así, Margarita, que hablaba con todas sus vecinas y que había entablado una cordial y buena relación con la mujer del hombre del timbre. El joven vecino, hecho un matojo de nervios, dijo de forma atropellada que su también joven esposa estaba de parto, que tenía unas muy fuertes contracciones y que ya se encontraba fuera de cuentas.


       Margarita, siempre mujer fiel y sumisa, esta vez, tomó el timón de la situación y le ordenó al señor Sebastián que cogiera las llaves del coche y se llevará a la pareja al hospital. Sebastián que nunca había visto a su mujer con semejante semblante y autoridad, reculó y cumplió a pies juntillas el mandato de la santa.


      El camino a esas horas de la madrugada, aunque ausente de tráfico, se hizo interminable, sobre todo con el silencio y la tensión del momento, solo roto por los dolores y jadeos de la parturienta. El joven para romper un poco el hielo terminó por hablar:


       —No sé cómo agradecerte esto.


     —De dos maneras: no volviendo a tutearme; y la segunda, pidiendo a su mujer que aguante un poco y no rompa aguas hasta una vez llegados al hospital. 

CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

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