Estrato de Lampsaco fue... (A ver si
el lector me puede entender.) discípulo de Aristóteles, pero con él la doctrina
de su maestro degeneró y se transformó en un naturalismo tan favorable al
materialismo como contrario a las palabras de su maestro.
Si Aristóteles
recogió el testigo de su maestro y brilló al igual que hizo Platón con
Sócrates, ¿por qué Aristóteles no tuvo suerte con Estrato? ¿En qué falló el
maestro? ¿La culpa es del profesor o es del alumno? ¿Aristóteles le tenía
manía?, como suelen decir los jóvenes, ¿o era el alumno díscolo, el que
cuestionaba a su maestro por eso de la máxima de ‘no creer si no se ve’? Bueno,
esto es de San Agustín, y no viene al caso incorporar más personajes, y menos ex
tempore.
Un día,
se acercó Aristóteles a su alumno —al verle
triste— y se interesó por el motivo de su estado de
ánimo. Estrato le dijo que había discutido con un amigo, pero, para poder
ayudarle, el maestro quiso saber más:
—¿Qué clase de amigo es?
—Pues, un amigo, como cualquier otro. No sé.
—Es tu amigo, ¿y no sabes cómo es?
—A decir verdad, tampoco sé lo que es la amistad.
—¡Qué pena!
—Si usted, maestro, fuera condescendiente
conmigo y tuviera tiempo, ¿sería tan amable de explicármelo?
Tiempo, lo que se dice, tiempo, era lo que más
les sobraba a estos griegos que no trabajaban y se pasaban los días pensando,
unas veces por encargo y otras, por diversión. Llegados hasta aquí, el lector
puede pensar que eran unos tipos muy raros, por eso de cultivar la mente, pero
piense si no seguimos haciendo lo mismo tres mil años después, pero con el
cuerpo, metiéndonos horas y horas en un gimnasio para cultivar algunos cuerpos
que ni Rubens podría aprovecharlos.
El
maestro, comprensivo y cercano hacia su pupilo, le explicó:
Tenemos
tres clases de amigos: aquellos que lo son por interés, ya que ambos sacamos
beneficio en nuestra relación; aquellos que lo son por el placer de pasarlo
bien, pero no existe ningún tipo de intimidad compartida entre nosotros; y por
último, y más perdurables en el tiempo, aquellos que valoramos recíprocamente
las virtudes del otro y queremos estar cerca. Estos son los amigos de siempre o
para siempre, ya que se construyen entre ambos una especie de mundo común, en
el que compartimos pensamientos, aficiones, experiencias, recuerdos y un
sentimiento muy fuerte de unión y complicidad que nos hace querer vivir en
proximidad. No sé si lo has comprendido o si yo me he explicado bien.
—¡Claro que sí, amigo!
Perplejo,
Aristóteles, negó con la cabeza, para explotar diciendo:
—Y a ti, ¿quién te ha dicho que seamos amigos? —dándose la vuelta y alejándose del educando de forma incrédula y molesta—. ¡Hay que joderse con el tipo! Esto pasa con tantos cambios normativos en la Educación. ¡Si la culpa no la tiene él...! ¡El de amigo! A cualquier que se lo cuente, no se lo cree. ¡El de amigo!
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
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