miércoles, 21 de julio de 2021

Original y copia


N.U.L. (34)

Estaba Francisco de Goya y Lucientes pintando a orillas del río Manzanares con una brisa maravillosa cuando se le acercó un curioso.

—Disculpe, usted, maestro, ¿no cree que a ese árbol le faltan hojas? Por todo lo demás, muy bien. Lo digo sólo por el arbolito de la izquierda. Repito, to—do lo de—más, muy bien.

—Tendré en cuenta sus palabras. ¡Gracias!

Al día siguiente, cuando el maestro ya había puesto más hojitas al arbolito, por si acaso, se presentó una señora, quien quedó maravillada por lo que estaba viendo.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Qué preciosidad! ¡Qué manos tiene! ¿Cómo podrá hacer algo tan bonito? Usted es un genio, un genio. Se lo digo yo.

Tras media hora de cháchara de la buena mujer, el maestro decidió recoger sus bártulos y marcharse.

—La tengo que dejar señora. He quedado para cenar y ya llego tarde.

—Me imagino que ha quedado con la duquesa de Alba, ¿no es así? Tenga cuidado que hay mucha gente mala y los caminos están llenos de sorpresas.

Al día siguiente, el maestro decidió cambiar de sitio, uno que fuera menos transitado y, por tanto, menos a la vista de curiosos, pero tampoco tuvo suerte. Otro admirador del maestro que se acercó donde caballete, lienzo y pintor, en una especie de simbiosis, se fundían con el paisaje, le hizo una observación que hizo explotar al maestro.

—Perdone mi intromisión, pero ese arbolito que aparece a la derecha no existe.

El maestro no pudo hacer otra cosa que decir de forma arisca que era arte y que el arte no siempre refleja la realidad, que había pintado a miembros de la realeza, nobles e ilustres que eran tan feos que una vez terminada la obra y verse bellos no reclamaban al artista, sino todo lo contrario, llegando en muchas ocasiones a pagar un extra a la cifra inicialmente acordada.

Don Francisco dudó si seguir pintando en exteriores o volver a su taller. Finalmente se decantó por salir, pero esta vez acompañado de su sobrina Galatea. Ella le preguntó por lo que estaba pintando. A lo que su tío respondió que una escena a orillas del Manzanares. Cosa que le extrañó a la joven, ya que se habían ido al curso alto del mismo, donde el río se llama Guadarrama, pero no le hizo ninguna observación, pues su tío le puso al tanto y le pidió que no permitiese a nadie que se acercara a mirar o a hablar; por lo tanto, ella, mutis.

Pero como nunca hay dos sin tres, un noble que había sido pintado por el docto pintor lo reconoció desde lejos y se acercó, siendo obstaculizado por su sobrina. Al vociferar el noble ante el impedimento de la buena sobrina, el maestro levantó la vista del lienzo para indicar a su sobrina que le dejase acercarse, cosa que airó a la moza y que, por ende, sirvió de excusa para no volver a acompañar al genio.

El noble, admirador y mecenas de él, le hizo la observación de ciertas nubes que don Francisco había plasmado y que el esmerado observador no veía por ninguna parte en el cielo.

Ni que decir tiene cómo fue la vuelta a casa, con las caras largas de ambos, además de reproches y tensiones varias.

Al cuadro ya, casi finalizado, le restaban pocos detalles. Por lo tanto, el último día del señor Goya, por muy lleno de mirones y curiosos que merodeasen, cual moscas, no le estropearían el día, pensó don Francisco. Más decidido que nunca volvió al Manzanares, plantó su puesto y se puso manos a la obra; a dar las últimas pinceladas entre las alabanzas del vulgo y enhorabuenas de los más cercanos al caballete. En esto que llegan los ‘mangas verdes’ —para que el lector más joven llegue a comprender, son unos agentes cuyo equivalente es la actual policía—, y le piden los papeles que le autoricen a pintar al aire libre. Incrédulo por lo que acababa de escuchar, se encaró a los agentes gritando a los cuatro vientos: que qué es eso de los papeles, que si no tienen otra cosa más importante que hacer, que él no molesta a nadie.

Oído esto, se abalanza un hombre muy ofendido y les pide a los ‘mangas verdes’ que lo lleven ante el juez, que le ha pintado en el cuadro y eso va en contra de la ley de protección de datos, contra la ley de protección intelectual y contra el buen gusto, pues él era más guapo que el monigote que aparece en el cuadro.


CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

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