N.U.L (30)
sábado, 17 de julio de 2021
Novio por internet
La justicia mal entendida
Nunca llueve a gusto de todos, dice el refrán. Las riadas que inundaron una gran parte de Alemania, Países Bajos y Bélgica en julio de 2021 llenaron gran parte del tiempo dedicado a las noticias de televisión.
Angela Schmidt būrgermeisterin (alcaldesa) de la localidad de Kallstadt an der Weinstra del distrito de Bitburg-Prüm perteneciente al Estado de Baja Sajonia fue requerida por los diferentes medios de prensa nacionales e internacionales para hacer un balance de los daños personales y materiales provocados por las fuertes lluvias. Angela dijo estar preocupada por las personas desaparecidas, por los pequeños y medianos negocios (que algunos no podrían volver a levantar la persiana), por las obras de reconstrucción, por la cuantía de los daños en euros, por los trámites que necesitarán llevar a cabo para cobrar las indemnizaciones, subsidios o seguros. Una periodista interrumpió su speech para preguntarle por la visita de la Canciller, prevista para las próximas horas. Ella, que era desconocedora de la noticia, no quiso dar a entender que no sabía nada al respecto y dijo que sí, que acababa de hablar con ella por teléfono (cosa absolutamente falsa), que estaba preocupada por los acontecimientos y que le había comunicado que le brindaba todo su apoyo.
Otra periodista le preguntó por la presidenta de la comisión europea; y ella, adelantándose a que está pudiera terminar la pregunta, respondió (nuevamente mintiendo) que tenía una estrechísima relación con ella desde hacía mucho tiempo y que también se encontraba en camino, pero que antes el ejército y demás servicios de auxilio y ayuda deben devolver el orden a las diferentes vías de comunicación, ahora anegadas o embarradas, para que pudieran hacer transitable el viaje de ambas magnatarias. Un reportero extranjero hizo un inciso aprovechando que la alcaldesa tenía que respirar para poder continuar con su discurso ‘grabado a fuego;’ y le apuntó si no habían sopesado la posibilidad de que el transporte de estas fuera por helicóptero. No sabiendo que contestar la señora būrgermeisterin volvió a repetir su mensaje -como tantos otros, aprendidos de memoria- cual si de la grabación de un contestador automático se tratara:
Angela, de nuevo, volvió a decir estar preocupada por las personas desaparecidas, por los pequeños y medianos negocios (que algunos no podrían volver a levantar la persiana), por las obras de reconstrucción, por la cuantía de los daños en euros, por los trámites que necesitarán llevar a cabo para cobrar las indemnizaciones, subsidios o seguros.
Otra reportera extranjera, viendo
el bucle en el que había entrado de nuevo la primera edil, quiso terminar con
este preguntándole si alguna vez había vivido semejante desastre. Angela
respondió que no, que «normalmente esto siempre sucede en países pobres, pero que no es justo que
suceda en un país rico como Alemania».
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
viernes, 16 de julio de 2021
El más mínimo detalle
N.U.L. (28)
Cuando Pocholo Fernández de Guevara y Tita de Sanz
Nicolás decidieron formalizar su relación tras más de un año de noviazgo semi
escondido. Noviazgo del que solo eran conocedores los amigos más
allegados de la pareja y algún que otro empleado avispado de la empresa
vitivinícola Fernández & Domecq. Tita comenzó a trabajar en la empresa un
mes antes de que su jefe, el joven Pocholo, cayendo rendido a los encantos de
esta, le invitará a tomar algo. A esta invitación le sucedieron otras tantas
hasta que un buen día le invitó a cenar. Ella, que en un principio puso cierto
reparo, terminó aceptando, y aceptó porque a ella, su joven jefe le gustaba
tanto como ella a él.
Don Pablo Fernández dispuso que su hijo
primogénito, Pocholo, aprendiese el oficio del padre desde una de las marcas
menos arriesgadas para el holding de la alimentación. La empresa en la que el
vástago se hace a sí mismo como empresario se dedica a los zumos, mostos,
gazpachos, salmorejos y demás caldos veraniegos. La marca fue una propuesta del
propio Pocholo hacia su padre, quién con buenos ojos vio y aceptó la idea.
Pensó que era la mejor prueba para un hijo que el día de mañana será el
heredero principal del emporio.
Todos los movimientos que el joven Pocho ha dado
en su vida, siempre estuvieron previamente orquestados por el pantocrator
don Pablo. Todos, excepto los de su clandestina relación con una simple
auxiliar administrativo, la misma Tita.
Cuando la parejita quiso dar a conocer dicha
relación a sus respectivas familias, Tita fue la primera y la más ilusionada.
Su familia expectante, al principio, y orgullosa, más tarde, por el meteórico
ascenso social que dicha relación podría suponer para todos y cada uno de los
miembros de la familia, decidieron tirar la casa por la ventana. Cualquier cosa
era poca para su niña. Esta, que con el tiempo llegaría a ser toda una señora y
no tendría que limpiar en su vida como su madre, fue sorprendida por sus
propios padres que, dilapidando en medio mes los pocos o muchos ahorros de toda
su vida, compraron, aunque a plazos un coche nuevo, y para dar buena impresión
creyeron que con un Audi bastaría; cambiaron de residencia, malvendiendo su
antiguo piso de toda la vida para comprar un adosado con el que dar la mejor de
las caras a sus futuros consuegros; renovaron por completo su vestuario
dejándose asesorar por un personal shopper que les costó un ojo de la
cara, ya que su tarjeta de presentación venía abanderada por ciertos nombres
famosos como David Beckham o Penélope Cruz...
El joven jefe por su parte, no encontrando modo de
sincerarse con sus progenitores para contarles la buena nueva, demoró hasta
tres semanas lo que a Tita le llevó tres segundos.
La tarde noche que fijaron los novios para que
ambas familias se conocieran, fueron los Sanz Nicolás los que en un alarde de
derroche y saber estar tiraron la casa por la ventana contratando con toda
pompa un catering con servicio de dos camareros que estarían toda la velada
paseando bandejas con copas de vino y refrescos y otras con diferentes tipos de
canapés que Catering Torres les propuso. A don Javier Sanz que no quiso pecar
de roñoso sacó unas bolsas de cacahuetes, pistachos y un tarro de aceitunas: «mejor que sobre, que no que falte». —dijo el padre de la novia para sus adentros, además que lo
había comprado en el Corte inglés.
La velada fue maravillosa. A ello también acompaño
la contratación por parte de los Sanz de un cuarteto de cuerda que hizo las
delicias de la madre de Pocholo. La despedida estuvo llena de buenas palabras y
halagos por parte de ambas familias.
Cuando Pocholo y familia terminaron de montar en
el coche, la madre del joven delfín sentenció: ¡Qué poca clase!
Una familia que pone aceitunas con pipos no nos
interesa, cariño.
A lo que el marido añadió —¿Has oído a tu
madre?, Pues no hay más que hablar.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
jueves, 15 de julio de 2021
Todos los hombres son iguales
N.U.L. (27) Elvira Fernández siempre fue una niña muy avanzada para su edad: la primera de su clase en aprender a leer; la primera, en tener la menstruación; y la primera, en tener novio. Edu fue su primer novio o su primer 'amigo' o su primer ligue o lo que fuera, a esa edad en la que por inercia de las hormonas o de la sociedad, que medio empuja a que sigamos los pasos que nuestros antecesores ya dieron. A Edu le siguió Javi; a Javi, Fer; a este, Javi dos; y así, un largo etcétera de hombrecitos que le duraron 'lo que dura dos cubitos de hielo en un whisky on the rock'. Con Marcelo, su actual novio, ha sido diferente. Tras seis meses de relación, ella ha creído ver en él al hombre de su vida. Un hombre y no un hombrecillo, un hombre que sabe escucharla, un hombre que está atento, siempre, a ella, que es muy maduro, que trabaja y tiene dinero para invitarle a cenar, al cine, a la disco... Ella quiere dar un paso más en su relación y ha decidido presentárselo a sus padres. Estos han accedido y le han invitado a comer. ¿Por qué a comer y no a merendar? Podría entenderse que la comida es más formal y la merienda, informal, pero, no, la verdad es que una comida es una ‘encerrona’; debido a su duración, los progenitores de Elvira podrán disparar a diestro y siniestro mil y una preguntas. Llegado el día de autos y con la complacencia del joven novio; y sentados a la mesa, don José Fernández pregunta al joven: —Marcelo, Marcelo..., ya decía yo que me sonaba tu nombre. ¿No eres tú el hijo de Marcelo el de la tienda de reparación de televisores? —Sí, señor. —Marcelo ayuda a su padre, trabaja con él y tiene su propio sueldo —dice la orgullosa novia. —Eso está muy bien —responde el inquisidor padre de la novia. —Estoy ahorrando para comprar un coche. — Entonces, ¿ya tienes carnet? —Estoy ahorrando también para él. —Me imagino que primero te tendrás que sacar el carnet. —Sí, señor, pero eso es fácil. Hay que ser muy tonto para no sacárselo. Todo el mundo tiene carnet. —Yo aprobé a la séptima. ¿No querrás decir con ello que yo soy tonto? En ese momento, Marcelo quería que la Tierra se lo tragara, pero solo estábamos ante el aperitivo. —Creo haberte visto por el barrio o con tu padre —dijo don José. —Sí, yo también creo que le he visto anteriormente —dijo Marcelo queriendo mostrar complicidad con su futuro suegro. —Si mal no recuerdo, creo que te vi con una chica... (espero no meter la pata). ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? Me imagino que era tu novia anterior. — Papá, no me gusta esto; parece un interrogatorio. —Deja al muchacho, Pepe; es verdad, parece un interrogatorio. —alegó también la sufridora esposa. —Tenéis razón —sopesó don José en ese momento. — Me imagino que era mi hermana, señor. Esta respuesta no le gustó al ‘suegro’. Hubiera preferido sinceridad o un simple silencio. Entonces, se encendió —No sé yo; a mí me parecía otra cosa. —¡Pepe! —vuelve de nuevo a recriminarle su esposa. —No pasa nada, señora. —Sí pasa, que te vi con otra tercera chica. —dijo José, casi colérico— Eso es lo que pasa... que no me gusta que nadie se ría de mi hija. ¿Lo vas a negar? —No, no lo voy a negar —dijo Marcelo harto del interrogatorio— y creo que lo mejor es que me vaya. Sin decir nada más, salió de la casa, sin mirar atrás y sin decir nada a Elvira, quién no sabía si odiar más a su padre o a su novio. Como buena dama medieval se retiró a sus aposentos a llorar la pena en soledad. Soledad que más tarde fue rota por su madre. A la hora de la cena, Elvira, sin apetito y sin ganas compartir su presencia con la familia, se dejó arrastrar al comedor para acompañar, por mandato paterno, como siempre a todos en una comida que sobraba al día. Los días posteriores, a Elvira, también le sobraron; y le sobraron las comidas; se le cerró el estómago porque no le entraba nada de comida. Tan solo emitió una pregunta a su padre, algo que llevaba mascullando toda la tarde: —¿Cómo lo sabías? —No lo sabía. —¿Lo adivinaste? —No, simplemente que todos los hombres son iguales. CARLOS BUSTAMANTE BURGOS. |
miércoles, 14 de julio de 2021
Me halaga, presidente
N.U.L. (26)
Anthony
Mcdermott fue nombrado secretario de Salud por Ulysses S. Grant, décimo
octavo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, gracias a Henry Wilson.
De
Ulysses S. Grant podríamos decir muchas cosas: que estuvo en España, que fue
mano derecha del mismo Lincoln, que derrotó al General Lee, que potenció la
expansión del ferrocarril hacia el oeste; y es concretamente ahí donde empiezan
sus males. El oeste y el ferrocarril supusieron lo peor de su carrera.
El ferrocarril destapó la gran corrupción que sacudió a su gabinete y en la que
se vio inmersa su familia. La expansión del ferrocarril se desarrollaba hacia
el oeste y fue en el oeste donde Henry Wilson conoció a un doctor que le salvó
la vida, se trataba de Anthony Mcdermott, un reputado y reclamado doctor por
buscadores de oro, entre el grueso de su clientela.
De Wilson,
vicepresidente nombrado por S. Grant, solo vamos a decir que arribó al oeste
con el mandato presidencial de establecer puntos de mando en los nuevos
territorios conquistados, que conoció a su ‘Ángel Salvador’, Anthony Mcdermott,
quién gracias a su pericia, experimentación y cientos de medicamentos que el
mismo llegó a patentar le devolvió la vida de la noche a la mañana. Mucho se
rumoreó de que pudo haber sido envenenado por el defenestrado antecesor suyo,
Schuyler Colfax.
Cuando
Wilson llegó a Washington e informó al presidente de lo acontecido, este hizo
mandar que trajeran a la Casa Blanca al reputadísimo doctor con la inexcusable
orden de que se presentará ante él a la mayor brevedad posible. Unos oficiales
de la confianza de Ulysses S. Grant, con los que despachó en cientos de
ocasiones durante la guerra, fueron los encargados de la presidencial orden.
El uno de
octubre de mil ochocientos setenta y cuatro hacía su entrada el señor Mcdermott
en los jardines de la Casa Blanca en carruaje oficial. A los pies de las
escalinatas le esperaban presidente y vicepresidente, quien le abrazó como si
de un hermano se tratara. Ya en el despacho oval y sin la mirada del personal
doméstico ni administrativo, Ulysses se sinceró con él:
-El
motivo de su presencia aquí, no es otro que agradecerle lo que hizo por mi fiel
amigo Henry; si no fuera por usted ninguno de los tres estaríamos ahora aquí
reunidos. He indagado sobre su figura y persona; y créame, si su docta
preparación no se hubiera materializado, nada ni nadie más que usted podía haber
salvado al bueno de Wilson.
-Me
alaga, presidente, pero yo solo hice lo único que sé hacer.
-Por eso
está aquí. No puede rehusar la propuesta que le voy a hacer: quiero que sea el
próximo secretario de Salud de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Qué me dice?
-Que es
todo un orgullo y que espero no defraudarle.
Ocho
meses más tarde, la defraudación se materializó; resultó que Mr. Mcdermott
nunca había sido médico. Se trataba de un farsante ambulante que se ganaba la
vida en el oeste vendiendo falsas pócimas que lo mismo valían para curar la tos,
que para hacer crecer el pelo o que para curar la dermatitis.
También
ejerció de sacerdote católico, de abogado y de notario. Viviendo siempre una
vida falsa.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
martes, 13 de julio de 2021
Ministro sin cartera
N.U.L. (25)
Zeferí Borrell, cuando fue nombrado ministro por el presidente del gobierno, no podía llegar a imaginar que muy pronto sería el ministro estrella de los diferentes medios de prensa, foco de todas las portadas.
lunes, 12 de julio de 2021
Deseos cumplidos
N.U.L. (24)
Cesárea Jaén,
viuda y con cinco criaturas, mendigaba cualquier mendrugo de pan, cualquier peladura
de patata o hueso recocido para poder volver a hacer un falso cocido de nada; y así, tener algo que sus hijos se llevasen a la boca.
A su hija mayor
la metió en una casa a servir cuando la criatura contaba con once años de edad.
Solo el sustento y un techo caliente donde vivir, siempre sería más que
sobrevivir de las dádivas ninguneadas y limosnas. Algunos familiares, y a
escondidas le podían dar, dentro de su también carestía, que si un cuartillo de
leche que luego mezclando con agua haría multiplicar por cuatro, cinco o seis
su volumen; que si un trozo de mojama de caballo, siempre compitiendo en dureza
con el tronco mismo de los árboles; que si algo de ropa de los hijos de sus benefactores que ya
no contaban con hermanos menores quiénes pudieran heredarlo; y así un largo etcétera de siempre pequeñas
cantidades que la buena de Cesárea agradecía, aunque en su fuero interno
supiera que las ayudas que recibía pudieran ser mayores, pero, ¡claro, nunca
hay que poner mala cara al que te da algo, aunque sea algo que le sobre o ya no
quiera. En tiempo de posguerra a nadie le sobraba anda. También hubiera sido
injusta juzgándolos por regatear un dedo o dos de cantidades o volúmenes en las
comidas; y más si tuviera en mente que algunos viejos vecinos o amigos no
querían verse relacionados con la ‘Cesi’, la mujer del Pedro ‘el rojo’, al que fusilaron
en el paredón del cementerio. El temor es libre y después de una guerra, la
libertad del temor es muy grande. Tal vez, sea la única libertad que se
acrecienta entre miles de muertos.
La ‘Cesi’
también pudo colocar a dos sus hijos varones como pastorcillos; y al igual que su
hermana mayor, solo a cambio de un techo y algo que llevarse a la boca. Lo de
techo es un decir, pues tenían que hacer noche al raso durante medio año. El
otro medio año, lo hacían junto a los animalitos en el establo para que nunca
desapareciese ningún corderito por arte de magia.
A la bebé, la
perdió una noche en la que, supuestamente, le llegó la muerte súbita y en la cual, la madre no pudo hacer nada porque se la encontró a la mañana siguiente muerta a
su lado con esa cara que ponen los bebés que, aunque estén muertos no lo
parecen del todo. La madre no quiso aceptar ese destino, negándose una y otra vez a
aceptar la realidad. Una realidad a la que tuvo que hacer frente la única hija
que le quedaba viviendo con ella, para ir corriendo, con solo cuatro añitos, al convento de las monjas y explicar lo que
había sucedido en su casa.
A la niña la
enterraron en el cementerio intramuros del convento; y a Cesi la convencieron
para que su hija la pequeña se quedase con ellas, ya que harían de ella una
mujer de provecho (a su entender, una monja es la mujer más de provecho a la
que pudiera optar Cesárea para una de sus hijas). Cesi, aunque nunca dijo ni sí
ni no, se vio de vuelta a casa sin la compañía de hija o hijo alguno. Sabía que
cuando llegara casa, el silencio la mataría más que el hambre y la pena.
Al pasar por el
lado de unos paisanos, oyó decir a uno:
—¿No es esta la mujer del puto
rojo al que pegaron un tiro? A ti también, te tenían que haber pegado otro,
sucia ramera.
A lo que ella
respondió:
—Si tienes huevos, pégamelo tú; y así, a
los dos se nos cumplirán nuestros deseos.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
domingo, 11 de julio de 2021
Rezar a San Pancracio
N.U.L. (23)
Milagrosa
Benítez quedó viuda a temprana edad y quedó desamparada con tres hijos en a
vida. Ángel Diosdado, divorciado y con un hijo al que no trataba, conoció a
Milagrosa en un baile. Y más que un flechazo, entre ellos surgió un hachazo o
un lancerazo o un bolsazo. Digo bolsazo, porque en el baile en el que se
conocieron, ella en el primer baile que concedió al galán, le arreó un bolsazo
cuando trató de propasarse al ir bajando la mano por su espalda lentamente para
tocar aquella parte corporal que en una ternera equivaldría al redondo, contra,
tapa o tapilla.
No volvieron a
verse hasta pasados unos meses. Él, tras informarse de donde vivía Milagrosa,
se presentó en la casa de esta para presentarle sus disculpas con un ramo de
flores. Ramo que ella siempre desconoció su procedencia, ya que el galán lo
recogió de la basura de un tanatorio, le quitó la banda de texto y algunas
flores mustias y ¡hala!, reciclado.
Varios meses
más tarde y tras formalizar su relación, decidieron unirse, no en santo
matrimonio, pero sí en improvisado matrimonio, al principio más carnal, pero
finalmente más humanitario. Humanitario en el sentido de que ambos se hacían
bien mutuo: ella le dio una familia; y él, aportó una estabilidad económica a
la economía familiar que tanto necesitaba ella y sus hijos.
Milagrosa dejó
de trabajar para ocuparse de su nuevo hombre. Ella ignoraba la profesión del
buen hombre. Tarde o temprano todo se sabe y ella conoció que este regentaba un
puticlub que lindaba con los terrenos del tanatorio donde consiguió el famosos
ramo de flores pacificador.
Todas las
madrugadas a eso de las cuatro o seis, él llegaba a casa con la recaudación del
garito nocturno que regentaba. Sin contar la recaudación y con el cuerpo molido
por la falta de sueño, según entraba en casa dejaba los billetes dentro de una
figura de porcelana de un ‘sanpancracio’ que la santa Milagrosa tenía en el
mueble de la entrada. Esta una mañana se percató que la figura se ladeaba
extrañamente. Cuando la levantó, ¡bingo!, descubrió la pasta que laboraba el
señor con nocturnidad. Ella sin comentar nada a Ángel fue sisando todos los
días algo del suculento botín que arribaba a su casa con oscura y nocturna
periodicidad. Esto se produjo durante años y años y años hasta que una
madrugada que Ángel se levanto a hacer micción, pilló a Milagrosa con el santo
en la mano, cual estatua de la Libertad.
—¿Qué
haces, Milagrosa?
—Eso
mismo, Ángel, ¡un milagro!, ¡un milagro! San Pancracio ha oído mis plegarias y
mira lo que me ha dado.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
La puerta hacia Dios
N.U.L. (22)
Don Manuel
Galván hacía muchos (muchísimos) años que había dejado atrás su formación
eclesiástica. Ya casi había olvidado aquellas primeras etapas del propedéutico
y la etapa discipular. En su formación no le habían preparado para la enseñanza
del evangelio a un grupo de chavales rebeldes y hormonados.
Cuando, a
primeros de los años ochenta, le propusieron impartir la asignatura de Religión
a un grupo de alumnos que cursaban formación profesional en la desaparecida
escuela de aprendices de la Fábrica de armas de Toledo, no era consciente de la
paciencia que debería acarrear y de la prueba a la que el Altísimo le ponía.
Si muchas veces
los chavales no ven ningún interés en el estudio, imagínese el lector, ¿cuál puede ser la predisposición de un grupo de jóvenes un viernes a última hora de las clases?,
ninguna.
Entró Don
Manuel, como siempre acostumbraba en clase, despojándose a medio camino ya de
abrigo, bufanda y demás prendas de abrigo y dando la consiguiente orden para que
sus discípulos, que le aguardaban de pie durante su entrada mostrando el
respeto debido, se sentaran.
A los cinco
minutos de iniciada la clase, el representante de Dios oye unos golpes de
origen desconocido y a los que atribuye una procedencia que debía ser la puerta, a su juzgar. Tras dar permiso para que la abrieran por tres veces y no tener
respuesta alguna, se levantó de mala gana para abrir el mismo. No había nadie.
Pasado otros cinco minutos, se vuelve a producir la misma llamada y él sin contestar
acude raudo a la puerta para comprobar que tampoco hay nadie. Surgen las primeras
risitas, cuando a él lo que le surgía era la duda de cierta paranoia. Paranoia
que le lleva a preguntar a sus pupilos si ellos también lo habían oído.
Pasados otros cinco
minutos y ya con el oído agudizado determina que la procedencia de los golpes
es de un armario corrido de catorce metros que ocupa todo el lateral izquierdo
del aula. Abre la puerta para comprobar que allí se encontra el autor de la
fechoría, a quién saca de una oreja del mismo para conducir hasta la puerta de
la calle y pedirle que acuda al jefe de estudios para, imaginemos, que este determinar
qué sanción le corresponde por la ‘bromita’.
Pasado otros
cinco minutos, de nuevo los golpecitos de antes. Se lanza como un tigre hacia
la presa y en menos de un segundo llega a la puerta del armario. Pero, le
parece todo tan confuso; cómo era posible que se reprodujeran de nuevo los
golpes si ya había descubierto al ‘joven delincuente’ y puesto a buen recaudo.
Abre la puerta para descubrir que no hay nadie, la cierra y, nuevamente, al
cabo de un par de minutos vuelve a escuchar los golpes. Entonces, se vuelve
medio loco y empieza a abrir las diferentes puertas con las que contaba el
armario. Abre una, y nada; abre una segunda, y tampoco; así hasta abrir una
cuarta, y comprobar al percutor de los mencionados golpecitos, a quien saca de
la oreja y lleva en volandas hasta la puerta dando este pequeñas pataditas en el
aire en busca de una tierra firme que sus pies no encontraban.
—¡Esto es inaudito! ¡Dios no te
perdonará jamás, pecador! La puerta del Cielo te será vedada y no se te abrirá
nunca, ya me encargaré yo de que así sea, ¡hijo de Satán!
—Pero padre, yo no tengo la culpa,
a mí me han encerrado esos y no encontraba ninguna puerta abierta de la esclusa.
—Para Dios no hay escusas.
CARLOS
BUSTAMANTE BURGOS.
sábado, 10 de julio de 2021
A solas con Darwin
N.U.L. (21)
Daniela,
con tan solo seis años, ya era una niña muy pizpireta y avispada. La típica
niña que lo sabe todo y presume de ello. Su madre, Gloria, tuvo mucho que ver
en el pronto despertar al conocimiento y a la vida de la pequeña. La instruyó
en mil y una cosas, le compraba mil y un cuentos; y más que sobreestimularla,
la sobreexcitó. Ya en tercer curso de educación infantil, una orientadora la
diagnosticó como T.D.A.H., en cristiano: que era una niña muy inquieta. Para
sus padres era una niña peculiar. En realidad, toda la familia era peculiar.
Manolo,
su padre, tenía la costumbre de ir al baño a hacer sus necesidades acompañado
del periódico de turno. En el acto íntimo era capaz de leer medio diario ya que
el buen hombre se tomaba su tiempo en completar dicho menester, rondando la
media hora larga.
Gloria,
también tenía un ritual muy parecido, pero cambiaba de compañías, cambiaba el
diario por la revista del corazón. Gloria no tardaba tanto como su marido, pero
tenía otras costumbres que acompañaba a su liturgia: se encerraba con ayuda de
un pestillo con el que contaba el pomo de la puerta.
Ambas
costumbres no pasaron desapercibidas a la pequeña e ‘inquieta’ Daniela; y si la
famosa orientadora del centro hubiera sido conocedora de las costumbres y
rituales familiares, hubiera dicho que Daniela había aprendido de sus
progenitores por acomodación ambiental.
Una
tarde, que la pequeña tenía ganas de hacer sus necesidades más íntimas y
habiendo heredado las mismas dificultades astringentes de sus padres, cargada
con un libro de Charles Darwin sobre la evolución humana, El origen de las
especies, una lectura poco o nada infantil.
Media
hora más tarde cuando la criatura se dispuso a salir del baño no pudo abrir la
puerta; el pestillo que había echado, ahora no podía quitarlo. En un principio,
la pequeña se puso a forcejear con la puerta, para más tarde llamar a voces a
su madre. Esta acudió de inmediato y viendo que no podía abrir la puerta, llamó
a Manolo, quien hizo las mismas operaciones que su señora. Este viendo que no
podía, echó mano del teléfono para contratar de inmediato a un cerrajero veinticuatro
horas. Durante todo este tiempo, las palabras de ánimo y de aliento hacia su
hija se reprodujeron repetidamente para que la niña estuviera calmada y no
perdiera la tranquilidad en ningún momento.
Tras
tres horas de dilatada espera en el interior del aseo se puso fin al encierro
de la pequeña. Una vez liberada la heredera los padres recompusieron el
semblante y con cierto malestar y enfado hacia la pequeña tornaron en
recriminación las anteriores palabras de ánimo.
—Hemos
tenido que llamar a un cerrajero, quien ha tenido que romper la puerta del baño
para sacarte, nos hemos gastado más de cien euros en pagarle, ahora tendremos
que comprar una puerta nueva, hemos estado más de tres horas preocupados por lo
que te pudiera pasar dentro, nos has hecho perder los nervios… ¿Qué has
aprendido hoy?
—Que
según Darwin, los individuos menos
adaptados al medio ambiente tienen menos probabilidades de sobrevivir.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
viernes, 9 de julio de 2021
El cazador cazado
N.U.L. (19)
Don Hipólito Ramírez de Maeztu, notario afamado de la
capital, fue invitado por el Marqués de Maqueda a una cacería que iba a tener
lugar el mismo día que se levantaba la veda (A esta clase de personas no les
gusta esperar). El Marqués le dijo que podía traer un invitado, si tenía algún
compromiso, amistad o familiar, siempre y cuando lo estimase oportuno.
Don Hipólito, que en un primer momento no pensó en nadie e
iba a asistir solo a la cita, un día antes del encuentro cinegético, le propuso
a un muy buen cliente que lo acompañase. Quería agasajarlo para sacar cierto
rédito a una amistad que quería forzar con él.
El cliente de Don Hipólito, Segundino Sánchez García, era un
nuevo rico sexagenario, a quien le cambió la vida de la noche a la mañana. Y
digo bien, de la noche a la mañana, ya que, debido a sus problemas para
conciliar el sueño, se decidió por comprobar los resultados de la lotería
primitiva y ¡bingo! Noventa y cuatro millones de euros. Eran casi las tres de
la madrugada y él, el único acertante de la primera categoría. Segundino, un
hombre con pocos modales, algo rudo y con muchos años de penurias y trabajos
físicos molientes sobre sus espaldas, cargando y descargando sacos, creyó que
su benefactor era el ángel que había esperado toda la vida.
El día de autos y después de haberse sorteado los puestos de
caza, Segundino tras los pasos de Don Hipólito quedó sorprendido por una serie
de cerca de cien disparos que procedían del puesto del Marqués. No esperaba que
los tiros empezaran tan pronto, al menos hasta que no estuvieran en su puesto.
Al pobre hombre casi le dio un infarto, pero para nada quería molestar a su
benefactor notarial con sus problemas de salud.
Don Hipólito, que no pronunciaba ni una palabra y había
quedado enmudecido desde que iniciaron la caminatas hasta el puesto asignado (algo
que parece ser habitual en las cacerías para no espantar a las piezas),
recriminó a su invitado cuando este piso una rama y la partió.
—¡Shhh!
Tiene que mirar bien por donde pisa. Los animales tienen el oído muy fino y al
menor ruido se esconden y no salen.
Una vez en el puesto y tras media hora de incómoda espera,
Segundino bostezó. Don Hipólito le volvió a recriminar, pero no por la falta de
educación.
—¡Shhh!
Tiene que tener cuidado. Los animales tienen el oído muy fino y al menor ruido
se esconden y no salen.
Tiempo después, el ex cargador de pesos pesados con unas ganas
inmensas de peerse no pudo aguantarse y el notario, con cara de pocos amigos y con
el ceño fruncido, volvió a repetirle:
—¡Por
favor! Ya sabe: los animales…
—¡Sí, sí!
¡Perdone! Le pido mil perdones.
Tres horas de sufrida espera más tarde, Don Hipólito no
llegaba a comprender nada.
—No lo
entiendo. —dijo el notario—. Es la primera vez que sucede
esto. No entiendo por qué no ha asomado la cabeza ni un solo bicho.
El ignorante, pero asquerosamente rico, de Segundino sentenció:
—Si los
animales también tienen infarto, llevan muertos tres horas. Ahora, va y le
recrimina al Marqués.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.
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