N.U.L. (41)
Miguel y
Evelina, Eva para los amigos. Bueno, Eva para todos, porque la gente que
la conoce, cree que su verdadero nombre es Eva. Ella siempre ha sido un
tanto arisca y reacia, desde la escuela, a que la llamarán así y creyó que el
nombre de Eva le daba más prestancia. Seguramente tenga razón, cosa que su
marido sabe y que aprovecha cuando las cosas se tuercen o simplemente discuten;
es entonces cuando él saca a relucir el nombre de Evelina para hundir
moralmente a ese barco capitaneado por su pareja.
Miguel y
Evelina, a sus setenta y setenta y un años respectivamente, han compartido todo
durante cincuenta y cinco años, toda una vida. Desde la jubilación de ambos no
hacen más que obligarse a salir. Están todo el día en la calle porque no
quieren ser como otros septuagenarios que debido a su excesivo sedentarismo se
han atrofiado aceleradamente y no tienen más que dolores, achaques y muchas
horas de vuelo de consulta en consulta. A decir verdad, siempre han sido una
pareja muy callejera y activa; amigos de saraos y bailes; y sobre todo, gente
de buen yantar y buen paladar. Una vez que tuvieron pagada la hipoteca de su
casa y sin las otras hipotecas de por vida que son los hijos, Evelina se plantó
y le dijo a su marido que no estaba dispuesta a estar hecha una sirvienta todos
los santos días y le dio al santo de Miguel un ultimátum: cocinaba él los
fines de semana o comían y cenaban fuera. Miguel redactó un listado con todos
los bares y restaurantes de la ciudad. Entre ambos establecieron, a especie de
guía Michelín, un registro con observaciones, puntuaciones de cero a cinco y al
final, un espacio para poner si repetían experiencia en el mismo local o no.
Cuando la
lista se acabó, Eva le propuso al galán que podían ampliar campo de acción para
ir a visitar los bares y restaurantes de las localidades más próximas. Cuando
está lista también se acabó, ampliaron horizontes a toda la provincia; y así,
hasta extender su dominio como críticos gastronómicos al resto de provincias
del país. Es más, cuando iban de viaje por Europa siguieron con esta prolija
actividad. Abrieron un blog en Internet en el que subían sus críticas. Más
tarde viendo que el número de seguidores aumentaba y ante la propuesta de una
sobrina nieta, Eva. Esta sí se llama Eva de verdad, nombre que le pusieron sus
padres en deferencia hacia ella. Eva nieta les dijo que eso del blog estaba
bien, pero que se tenían que modernizar ‘un poquito’ ya que ahora ‘donde se
cortaba el bacalao’ era en otras redes sociales. Así pues, y como quien no
quiere la cosa, se hicieron facebookers, instagramers, bloggers, youtubers y
hasta tiktokers. Ahí es na'.
Esto les
supuso un trabajo extra, pero como ambos estaban jubilados, tenían todo el
tiempo del mundo. Miguel propuso un reparto de tareas y cada uno se
auto asignó varias redes.
La fama
de la pareja fue creciendo como la espuma: primero, los entrevistaron en una
radio local; más tarde, les hicieron un artículo periodístico en un diario
digital, las asociaciones de vecinos, de jubilados y alguna que otra biblioteca
los fueron fichando para dar una serie de conferencias que se convirtieron en
una gran tourné —que a día
de hoy continua—, pero ya con cierto caché. A ello contribuyó
el hacerse eco de su actividad cultural, digital y gastronómica, las diferentes
cadenas de radio y televisión nacionales.
Muchos de
los comentarios recibidos les enarbolaban como abanderados de una población muy
mayoritaria, la de la tercera edad, y con un gran criterio a la hora de comer.
Otros muchos, les catalogan como innovadores dentro del sector de los abuelos y
otros hacían hincapié en ‘lo modernos’ que eran. Calificativo que les llamaba
poderosamente la atención cada vez que se lo decían y que a Miguel le encanta
que así fuera. Sentirse moderno le hacía sentirse más joven también.
Una noche
que les falló el local que tenían anotado y datado para visitar esa misma
noche, Miguel propuso a Eva ser aún más modernos de lo que les catalogaban; y
señalando el luminoso de McDonald's que se encontraba prácticamente junto al
restaurante cerrado, dijo:
—¿Qué te
parece si entramos ahí?
—Pero si
eso es pa' jóvenes —respondió Eva.
—¿No
dicen que somos modernos?
—Una cosa
es ser modernos y otra… comer eso. ¿Tú sabes cómo se come el pan ese?
—Pues
mira por el cristal, ¡con las manos!
—¡Qué
asco!, ¿no?
—Pues no
comes con las manos las gambas, los percebes, las coquinas...
—Tienes
razón, pero no sé...
—¡Venga,
mujer! No te hagas de rogar.
Se sienta
la pareja en una mesa y Eva tiene la misma sensación que les sucedía cuando
eran jóvenes; cuando entraban en un local nuevo y no sabían cuál era la
especialidad de la casa, a no ser que hubiera un cartel en la pared, en el
frente de la barra o en las ventas pintado, se encontraban perdidos. Eva, está
noche se siente extraña ante el raro deseo de Miguel. Recuerda aquellos
bares con olor a fritanga y hasta el sabor de aquellas raciones de callos,
oreja a la plancha, calamares, sepia a la plancha, chopitos, calamares, venao
en salsa, gambas a la plancha o cocidas y un largo etcétera de raciones con el que
ahora mismo se le hace la boca agua y preferiría tenerlas ante sí, en vez de
una hamburguesa de esas.
Hay algo que
le asquea de unos chavales de la mesa del al lado —jóvenes de unos dieciséis o
diecisiete años—: uno de ellos, lamiendo la salsa en su mano que chorrea de la
hamburguesa; otro, bebiendo con pajita y sorbiendo; y un último, que se mete
dos patatas fritas bajo el labio superior simulando los colmillos de un vampiro.
Pasados
cinco minutos, tras comprobar que no se acerca ningún camarero, Miguel llama
la atención de una empleada que limpiaba unas mesas.
—¡Señorita!
¿Nos puede dar una carta?
—No hay
cartas. ¿Ven aquella fila, donde el mostrador?
—Sí, pero
solo hay una persona. Como ha dicho fila...
—Es
igual, es donde la gente hace la fila para pedir.
—Entonces,
no viene nadie a tomar nota a la mesa
—Efectivamente.
Allí deben pedir y cuando sale el número en la pantalla ya está listo su pedido
para elegir.
—¿Qué
pantalla?, ¿la del techo, encima del mostrador, o las que están de pie.
La joven
esboza una pequeña sonrisa ante el desconocimiento total de la pareja en
restaurantes de comida rápida y se pone a explicarles el funcionamiento y la
organización del local.
—Si
quieren, vamos al mostrador y les muestro cómo se pide a usted y a su esposa.
—No es mi
esposa, es mi novia.
—¡Ah! Muy
bien.
—Es
impresionante! —dice maravillado Miguel. ¿No te parece Eva?
—¡Ay! Se
llama como mi madre —dice la joven. A lo que Miguel se apresura a decir:
—No creo,
porque en realidad ella se llama Evelina —dirigiendo un guiño cómplice a la
chavala.
—¡Ah! —fue
la única respuesta de la chica.
Miguel sigue con su batería de preguntas hacia la joven y cuando ha terminado con las
de tipo laboral, comienza haciéndole preguntas personales:
—Eres muy
jovencita, ¿no?
—Veinte.
—Y muy
guapa. ¿Todas las chicas que trabajan aquí son tan guapas como tú? —La
joven ya no responde ante el monólogo del gourmet.
—Sí
tuviera yo cuarenta años menos —suspira el hombre ante la belleza de la chavala
—¿Tienes novio?
(Silencio
por parte de ella.)
—Ya
tendrás carnet de conducir, ¿no?
—¿Estudias?
—Ingeniería
—dice ella, pero ya, sin ganas de contestar y con cuidado de no ser grosera.
—¡Eh,
Evelina!, ¿qué te parece? ¿No te parece increíble? —pregunta de forma
retórica el ‘figura’.
—A mí lo
que me parece es que eres un gilipollas.
CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.