miércoles, 28 de julio de 2021

Guía Miguelín

N.U.L. (41)

Miguel y Evelina, Eva para los amigos. Bueno, Eva para todos, porque la gente que la conoce, cree que su verdadero nombre es Eva. Ella siempre ha sido un tanto arisca y reacia, desde la escuela, a que la llamarán así y creyó que el nombre de Eva le daba más prestancia. Seguramente tenga razón, cosa que su marido sabe y que aprovecha cuando las cosas se tuercen o simplemente discuten; es entonces cuando él saca a relucir el nombre de Evelina para hundir moralmente a ese barco capitaneado por su pareja.

Miguel y Evelina, a sus setenta y setenta y un años respectivamente, han compartido todo durante cincuenta y cinco años, toda una vida. Desde la jubilación de ambos no hacen más que obligarse a salir. Están todo el día en la calle porque no quieren ser como otros septuagenarios que debido a su excesivo sedentarismo se han atrofiado aceleradamente y no tienen más que dolores, achaques y muchas horas de vuelo de consulta en consulta. A decir verdad, siempre han sido una pareja muy callejera y activa; amigos de saraos y bailes; y sobre todo, gente de buen yantar y buen paladar. Una vez que tuvieron pagada la hipoteca de su casa y sin las otras hipotecas de por vida que son los hijos, Evelina se plantó y le dijo a su marido que no estaba dispuesta a estar hecha una sirvienta todos los santos días y le dio al santo de Miguel un ultimátum: cocinaba él los fines de semana o comían y cenaban fuera. Miguel redactó un listado con todos los bares y restaurantes de la ciudad. Entre ambos establecieron, a especie de guía Michelín, un registro con observaciones, puntuaciones de cero a cinco y al final, un espacio para poner si repetían experiencia en el mismo local o no.

Cuando la lista se acabó, Eva le propuso al galán que podían ampliar campo de acción para ir a visitar los bares y restaurantes de las localidades más próximas. Cuando está lista también se acabó, ampliaron horizontes a toda la provincia; y así, hasta extender su dominio como críticos gastronómicos al resto de provincias del país. Es más, cuando iban de viaje por Europa siguieron con esta prolija actividad. Abrieron un blog en Internet en el que subían sus críticas. Más tarde viendo que el número de seguidores aumentaba y ante la propuesta de una sobrina nieta, Eva. Esta sí se llama Eva de verdad, nombre que le pusieron sus padres en deferencia hacia ella. Eva nieta les dijo que eso del blog estaba bien, pero que se tenían que modernizar ‘un poquito’ ya que ahora ‘donde se cortaba el bacalao’ era en otras redes sociales. Así pues, y como quien no quiere la cosa, se hicieron facebookers, instagramers, bloggers, youtubers y hasta tiktokers. Ahí es na'.

Esto les supuso un trabajo extra, pero como ambos estaban jubilados, tenían todo el tiempo del mundo. Miguel propuso un reparto de tareas y cada uno se auto asignó varias redes.

La fama de la pareja fue creciendo como la espuma: primero, los entrevistaron en una radio local; más tarde, les hicieron un artículo periodístico en un diario digital, las asociaciones de vecinos, de jubilados y alguna que otra biblioteca los fueron fichando para dar una serie de conferencias que se convirtieron en una gran tourné que a día de hoy continua, pero ya con cierto caché. A ello contribuyó el hacerse eco de su actividad cultural, digital y gastronómica, las diferentes cadenas de radio y televisión nacionales.

Muchos de los comentarios recibidos les enarbolaban como abanderados de una población muy mayoritaria, la de la tercera edad, y con un gran criterio a la hora de comer. Otros muchos, les catalogan como innovadores dentro del sector de los abuelos y otros hacían hincapié en ‘lo modernos’ que eran. Calificativo que les llamaba poderosamente la atención cada vez que se lo decían y que a Miguel le encanta que así fuera. Sentirse moderno le hacía sentirse más joven también.

Una noche que les falló el local que tenían anotado y datado para visitar esa misma noche, Miguel propuso a Eva ser aún más modernos de lo que les catalogaban; y señalando el luminoso de McDonald's que se encontraba prácticamente junto al restaurante cerrado, dijo:

—¿Qué te parece si entramos ahí?

—Pero si eso es pa' jóvenes —respondió Eva.

—¿No dicen que somos modernos?

—Una cosa es ser modernos y otra… comer eso. ¿Tú sabes cómo se come el pan ese?

—Pues mira por el cristal, ¡con las manos!

—¡Qué asco!, ¿no?

—Pues no comes con las manos las gambas, los percebes, las coquinas...

—Tienes razón, pero no sé...

—¡Venga, mujer! No te hagas de rogar.


Se sienta la pareja en una mesa y Eva tiene la misma sensación que les sucedía cuando eran jóvenes; cuando entraban en un local nuevo y no sabían cuál era la especialidad de la casa, a no ser que hubiera un cartel en la pared, en el frente de la barra o en las ventas pintado, se encontraban perdidos. Eva, está noche se siente extraña ante el raro deseo de Miguel. Recuerda aquellos bares con olor a fritanga y hasta el sabor de aquellas raciones de callos, oreja a la plancha, calamares, sepia a la plancha, chopitos, calamares, venao en salsa, gambas a la plancha o cocidas y un largo etcétera de raciones con el que ahora mismo se le hace la boca agua y preferiría tenerlas ante sí, en vez de una hamburguesa de esas.

Hay algo que le asquea de unos chavales de la mesa del al lado —jóvenes de unos dieciséis o diecisiete años—: uno de ellos, lamiendo la salsa en su mano que chorrea de la hamburguesa; otro, bebiendo con pajita y sorbiendo; y un último, que se mete dos patatas fritas bajo el labio superior simulando los colmillos de un vampiro.

Pasados cinco minutos, tras comprobar que no se acerca ningún camarero, Miguel llama la atención de una empleada que limpiaba unas mesas.

—¡Señorita! ¿Nos puede dar una carta?

—No hay cartas. ¿Ven aquella fila, donde el mostrador?

—Sí, pero solo hay una persona. Como ha dicho fila...

—Es igual, es donde la gente hace la fila para pedir.

—Entonces, no viene nadie a tomar nota a la mesa

—Efectivamente. Allí deben pedir y cuando sale el número en la pantalla ya está listo su pedido para elegir.

—¿Qué pantalla?, ¿la del techo, encima del mostrador, o las que están de pie.


La joven esboza una pequeña sonrisa ante el desconocimiento total de la pareja en restaurantes de comida rápida y se pone a explicarles el funcionamiento y la organización del local.

—Si quieren, vamos al mostrador y les muestro cómo se pide a usted y a su esposa.

—No es mi esposa, es mi novia.

—¡Ah! Muy bien.

—Es impresionante! —dice maravillado Miguel. ¿No te parece Eva?

—¡Ay! Se llama como mi madre —dice la joven. A lo que Miguel se apresura a decir:

—No creo, porque en realidad ella se llama Evelina —dirigiendo un guiño cómplice a la chavala.

—¡Ah! —fue la única respuesta de la chica.

 

Miguel sigue con su batería de preguntas hacia la joven y cuando ha terminado con las de tipo laboral, comienza haciéndole preguntas personales:

—Eres muy jovencita, ¿no?

—Veinte.

—Y muy guapa. ¿Todas las chicas que trabajan aquí son tan guapas como tú? —La joven ya no responde ante el monólogo del gourmet.

—Sí tuviera yo cuarenta años menos —suspira el hombre ante la belleza de la chavala —¿Tienes novio?


(Silencio por parte de ella.)


—Ya tendrás carnet de conducir, ¿no?

—¿Estudias?

—Ingeniería —dice ella, pero ya, sin ganas de contestar y con cuidado de no ser grosera.

—¡Eh, Evelina!, ¿qué te parece? ¿No te parece increíble? —pregunta de forma retórica el ‘figura’.

—A mí lo que me parece es que eres un gilipollas.


         CARLOS BUSTAMANTE BURGOS.

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